domingo, 28 de diciembre de 2008

MÍSTICA CIUDAD DE DIOS 6ª PARTE


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MÍSTICA CIUDAD DE DIOS: PARTE 6
11. Un día de éstos, para respirar un poco, clamé de lo
profundo de mi corazón, y dije: ¡Ay de mí, que a tal
estado he venido, y ay del alma que se viere en él! ¿A
dónde iré, que todos los puertos de mi salud están
cerrados? Luego me respondió una voz fuerte y suave en
el mismo interior: ¿A dónde quieres ir fuera del mismo
Dios? Conocí en esta respuesta que mi remedio estaba
propicio en el Señor y con el aliento de esta luz comencé
a levantarme de aquel confuso abatimiento en que
estaba oprimida y sentí una fuerza que me fervorizaba en
los deseos y en los actos de Fe, Esperanza y Caridad.
Humilléme en la presencia del Altísimo y con segura
confianza en su bondad infinita lloré mis culpas con
amarga contrición, confeséme de ellas muchas veces y
con suspiros de lo íntimo de mi alma salí a buscar mi
antigua luz y verdad. Y como la Divina sabiduría se
anticipa a quien la llama (Sab., 6, 17), salióme luego al
encuentro con alegre semblante y serenó la noche de mi
confusa y dolorosa tormenta.
12. Amanecióme luego el claro día que yo deseaba y
volví a la posesión de mi quietud, gozando la dulzura del
amor y vista de mi Señor y dueño, y con ella conocí la
razón que tenía para creer, admitir y reverenciar los
beneficios y favores de su brazo poderoso que en mí
obraba. Agradecílos cuanto pude, y conocí quién soy yo y
quién es Dios y lo que puede la criatura por sí sola, que
todo es nada, porque nada es el pecado, y lo que puede
levantada y asistida de la Divina diestra, que sin duda es
mucho más de lo que imagina nuestra capacidad terrena;
y abatida en el conocimiento de estas verdades y en
presencia de la luz inaccesible, que es grande, fuerte, sin
engaño, ni dolo, y con esta inteligencia se deshacía mi
corazón en afectos dulces de amor, alabanza y
agradecimiento, porque me había guardado y defendido
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para que en la noche de mis confusas tentaciones no se
extinguiese mi lucerna (Prov., 31, 18), y en este
agradecimiento me pegaba con el polvo y humillaba
hasta la tierra.
13. Para ratificar este beneficio tuve luego una interior
exhortación, sin conocer con clara vista quién me la
daba; pero a un mismo tiempo me reprendía con
severidad mi deslealtad y mal proceder que había
tenido y con amable majestad me amonestaba y
alumbraba, dejándome corregida y enseñada. Diome
nuevas inteligencias del bien y del mal, de la virtud y del
vicio, de lo seguro, útil y de lo bueno y también de lo
contrario; descubrióme el camino de la eternidad,
dándome noticia de los principios, de los medios y de los
fines, del aprecio de la vida eterna, de la infeliz miseria y
poco advertida desdicha de la perdición sin fin.
14. En el profundo conocimiento de estos dos extremos,
confieso quedé enmudecida y casi turbada entre el temor
de mi fragilidad que me desmayaba y el deseo de
conseguir lo que no era digna porque me hallaba sin
méritos. Alentábame la piedad y misericordia del Muy
Alto y el temor de perderle me afligía; miraba los dos
fines tan distantes de la criatura, de eterna gloria o
eterna pena, y para conseguir lo uno y desviarme de lo
otro me parecían leves todas las penas y tormentos del
mundo, del purgatorio y del mismo infierno. Y aunque
conocía que la criatura tiene cierto y seguro el favor
divino si ella quiere aprovecharse de él, pero como
también entendía en aquella luz que está la muerte y la
vida en nuestras manos (Eclo., 15, 18) y puede nuestra
flaqueza o malicia malograr la gracia y que el
madero ha de quedar adonde cayere (Ecl., 11, 3) para
una y toda la eternidad, aquí desfallecía de dolor que
amargamente penetraba mi corazón y alma.
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15. Aumentó sumamente esta aflicción una severísima
respuesta o pregunta que tuve del Señor; porque, como
yo me hallaba tan aniquilada en el conocimiento de mi
flaqueza y peligro y de lo que había desobligado a su
justicia, no me atrevía a levantar los ojos en su presencia,
y en aquella mudez encaminé mis gemidos a su
misericordia. Respondióme a ellos, y díjome: ¿Qué
quieres, alma? ¿Qué buscas? ¿Cuál de estos caminos
eliges? ¿Cuál es tu determinación? Esta pregunta fue una
flecha para mi corazón; y aunque sabía de cierto que el
Señor conocía mi deseo mejor que yo misma, con todo
eso era de increíble dolor la dilación de la pregunta a la
respuesta, porque yo quisiera que, si fuera posible, se
anticipara y no se me mostrara el Señor como ignorante
de lo que yo había de responder. Pero movida de una
gran fuerza respondí a voces de lo íntimo del alma, y dije:
Señor y Dios todopoderoso, la senda de la virtud, el
camino de la eterna vida, éste quiero, éste elijo, para
que me llevéis por él, y si no lo merezco de vuestra
justicia apelo a vuestra misericordia y presento en mi
favor los infinitos merecimientos de vuestro Hijo
Santísimo y mi Redentor Jesucristo.
16. Conocía entonces que se acordaba este sumo Juez
de la palabra que dio a su Iglesia, que concedería todo lo
que se le pidiese en el nombre de su Unigénito (Jn., 16,
23) y que en Él y por Él se despachaba y concedía mi
petición, según mi pobre deseo, y que se me intimaba
con ciertas condiciones que me declaró una voz
intelectual, que me dijo en el interior: Alma criada por
mano del omnipotente Dios, si pretendes como escogida
seguir el camino de la verdadera luz y llegar a ser
carísima esposa del Señor que te llamó, conviénete que
guardes las leyes y preceptos del amor que de ti quiere.
El primero ha de ser que con efecto te niegues toda a ti
misma y a todas tus inclinaciones terrenas, renunciando
todo y cualquier amor de lo momentáneo, para que ni
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ames ni admitas el amor de ninguna criatura visible, por
más útil, hermosa, ni agradable que te parezca; de
ninguna has de admitir especies, ni caricias, ni afectos, ni
el de tu voluntad se ha de terminar en cosa criada más
de en cuanto te lo mandare tu Señor y Esposo para el uso
de la Caridad bien ordenada, o en cuanto te pueden
ayudar para que le ames sólo a Él.
17. Y cuando, habiendo cumplido perfectamente con
esta negación y renunciación, quedares libre y sola,
alejada de todo lo terreno, quiere el Señor que con alas
de paloma levantes con velocidad el vuelo a una alta
habitación en que su dignación quiere colocar tu espíritu,
para que en ella vivas y asistas y tengas tu morada. Este
gran Señor es esposo celosísimo (Ex., 20, 5) y su amor y
emulación es fuerte como la muerte (Cant., 8, 6), y así te
quiere guarnecer y depositar en lugar seguro para que
no salgas de él y alejarte del que no lo estarás, ni te
conviene a sus caricias. Quiere asimismo señalarte de su
mano con quién has de conversar sin recelos, y ésta es
ley justísima que deben observar las esposas de tan gran
Rey, cuando las del mundo para ser fieles lo hacen; y es
debido a la nobleza de tu Esposo tú guardes la
correspondencia decente a la dignidad y título que de Él
recibes, sin atender a cosa alguna que sea indigna de tu
estado y te haga incapaz del adorno que te dará para
que entres en su tálamo.
18. Lo segundo que de ti quiere ha de ser que con
diligencia te despojes de la vileza de tus vestiduras
desandrajadas por tus culpas e imperfecciones,
inmundas por los efectos del pecado y horribles por la
inclinación de la naturaleza. Quiere Su Majestad lavar
tus manchas y purificarte y renovarte con su hermosura,
pero con advertencia que nunca pierdas de vista las
vestiduras pobres y viles de que te despojan, para que,
con la memoria de este beneficio y su conocimiento, el
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nardo de la humildad despida olor de suavidad para
este gran Rey (Cant., 1, 11), y que jamás pongas en
olvido el retorno que debes al autor de tu salud, que con
el precioso bálsamo de su sangre quiso purificarte y
sanar tus llagas y copiosamente iluminarte.
19. Sobre todo esto —añadió aquella voz— para que
olvidada de todo lo terreno codicie tu hermosura el sumo
Rey (Sal.,44,12), quiere que seas adornada de las joyas
que te tiene prevenidas de su agrado: la vestidura que te
cubra toda ha de ser más blanca que la nieve, más
refulgente que el diamante, más resplandeciente que el
sol, pero tan delicada que fácilmente la mancharás si te
descuidas; y si lo hicieres serás aborrecible para tu
Esposo y si la conservares en la pureza que desea serán
tus pasos hermosísimos (Cant., 7, 1) como de la hija del
Príncipe y Su Majestad se pagará de tus afectos y obras.
Por ceñidor de este vestido te pone el conocimiento de su
poder Divino y el temor santo, para que ceñidas tus
inclinaciones te ajustes y te midas con su agrado. Las
joyas y collar que adornen el cuello de tu humilde
rendimiento serán las ricas piedras de la Fe, Esperanza y
Caridad. A los cabellos altos y eminentes de tus pensamientos
y divinas inteligencias servirá de apretador
la sabiduría y ciencia infusa que te comunica, y toda la
hermosura y riqueza de las virtudes será el resalte que
adorne tu vestidura. De sandalias te servirá la diligencia
solícita en obrar lo más perfecto, y los lazos de este
calzado será la detención y grillos que te han de impedir
para lo malo. Los anillos, que harán tus manos
agradables, serán los siete dones del Divino Espíritu, y
para resplandor de tu rostro será la participación de la
Divinidad que por el amor santo te iluminará, y tú
añadirás el color de la confusión de haberle ofendido,
que te sirva de pudor para no hacerlo en adelante,
confiriendo el grosero y torpe adorno que has dejado con
este tan hermoso que recibes.
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20. Y porque de tu cosecha eres mísera y pobrecilla
para tan alto desposorio, quiere el Altísimo hacer más
firme este contrato señalándote para dote los
infinitos merecimientos de tu Esposo Jesucristo como
si fueran sólo para ti, y te hace participante de su
hacienda y tesoros, que contienen todo cuanto en los
cielos y en la tierra está encerrado. Todo es hacienda de
este Supremo Señor y de todo serás dueña como esposa
para usar de ello en Él mismo y para más amarle. Pero
advierte, alma, que para lograr tan raro beneficio quiere
tu Señor y Esposo que te recojas toda dentro de ti misma,
sin que jamás pierdas tu secreto; porque te aviso del
peligro, que macularás esta hermosura con cualquiera
pequeña imperfección; pero si como flaca la cometes,
levántate luego como fuerte y llora como agradecida
pesando tu pequeña culpa, como si fuera la más grave.
21. Y para que también tengas habitación y lugar
conveniente a tal estado, no te quiere estrechar tu Esposo
la morada, antes gusta de señalarte, para que siempre
habites en los espacios interminables de su Divinidad,
que te dilates y espacies por los inmensos campos de sus
atributos y perfecciones, donde la vista se dilata sin
hallar término, la voluntad se deleita sin zozobra, el
gusto se sacia sin amargura. Este es el paraíso siempre
ameno, donde se recrean las esposas carísimas de Cristo
y donde cogen las flores y la mirra fragantes y donde se
halla el todo infinito por haber negado la imperfecta
nada. Aquí será tu habitación segura, y porque a ella corresponda
tu conversación y compañía quiere la tengas
con los Ángeles y los tengas por amigos y compañeros y
de su frecuente conversación y trato copies en ti misma
sus virtudes y en ellas los imites.
22. Advierte, alma —continuó la voz— en la largueza de
este beneficio, porque la Madre de tu Esposo y Reina de
los cielos de nuevo te adopta por su hija, te admite por
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discípula y se constituye por tu Madre y Maestra; y por su
intercesión recibes tan singulares favores y todos se te
conceden para que escribas su Santísima Vida, y por este
medio se te ha perdonado lo que tú no merecías y se te
ha concedido lo que sin esta ocupación no alcanzaras.
¿Qué fuera, alma, de ti, si no es por la Madre de Piedad?
Ya hubieras perecido si su intercesión te faltara, y si por
la Divina dignación no hubieras sido escogida para
escribir esta Historia pobres e inútiles fueran tus obras,
pero el Eterno Padre te elige por su hija, mirando a este
fin, y por esposa de su Hijo Unigénito, y el Hijo te admite
para que participes de sus estrechos abrazos, el Espíritu
Santo para sus iluminaciones. La escritura de este
contrato y desposorio se estampa e imprime en el papel
blanco de la pureza de María Santísima, escríbela el
dedo del Altísimo y su poder, la tinta es la Sangre del
Cordero, el ejecutor el Padre Eterno, el vínculo que te
unirá con Cristo es el divino Espíritu y el fiador serán los
méritos del mismo Jesucristo y de su Madre, pues tú eres
un vil gusanillo y nada tienes que ofrecer, y sólo se te
pide la voluntad.
23. Hasta aquí llegó la voz y amonestación que se me
dio. Y aunque juzgaba ser de ángel, pero entonces no le
conocí tan claro, porque no le veía como otras veces;
que en manifestarse o encubrirse se acomodan estos
beneficios a la disposición que tiene el alma para
recibirlos, como sucedió a los discípulos de Emaús (Lc.,
24, 16). Otros muchos sucesos se me ofrecieron para
vencer la contradicción de la serpiente en escribir esta
divina Historia, que sería alargar demasiado el discurso
referirlos ahora; pero continué algunos días la oración,
pidiendo al Señor me gobernase y enseñase para no
errar, representándole mi insuficiencia y encogimiento.
Respondióme siempre Su Majestad que ordenase mi vida
con toda pureza y grande perfección y continuase lo
comenzado, y especialmente la Reina de los Ángeles
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muchas veces me intimó su voluntad con gran dulzura y
caricia, mandándome que como hija la obedeciese en
escribir su Vida santísima como había comenzado.
24. A todo esto quise juntar la seguridad de la
obediencia, y sin manifestar lo que entendía del Señor y
de su Madre Santísima, pregunté a mi prelado y confesor
lo que me ordenaba hiciese en esta materia.
Respondióme mandándome por obediencia que
escribiese, continuando esta segunda parte. Hallándome
ya compelida del Señor y de la obediencia, volví de
nuevo a la presencia del Altísimo, donde un día fui
presentada en la oración y desnudándome de todo afecto
mío, conociendo mi poquedad y peligro de errar,
postrada ante el tribunal Divino, dije a Su Majestad:
Señor mío, Señor mío, ¿qué queréis hacer de mí? Y a esta
proposición tuve la inteligencia siguiente:
25. Parecióme que la Divina luz de la Beatísima
Trinidad me manifestaba pobre y llena de defectos y
reprendiéndome por ellos con severidad me amonestaba,
dándome altísima doctrina y documentos saludables para
la perfección de vida; y para esto me purificaron y me
iluminaron de nuevo. Conocí que la Madre de la gracia
María Santísima, estando presente al trono de la
Divinidad, intercedía y pedía por mí. Con aquel amparo
alenté mi confianza y, valiéndome de la clemencia de tal
Madre, me volví a ella y la dije solas estas palabras:
Señora mía y mi refugio, atended como Madre verdadera
a la pobreza de vuestra esclava. Parecióme que oía mi
petición y que hablando con el Altísimo le decía: Señor
mío, a esta inútil y pobre criatura quiero admitir de nuevo
por hija y adoptarla para mí. ¡Acción de Reina
liberalísima y poderosa! Pero respondióla el Altísimo:
Esposa mía, para tan gran favor como ése, ¿qué alega
esa alma de su parte, pues ella no lo merece, que es
gusanillo inútil y pobre, desagradecida a nuestros dones?
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26. ¡Oh fuerza incomparable de la Divina palabra! ¿Cómo
diré yo los efectos que causó en mí esta respuesta del
Todopoderoso? Humillóme hasta mi nada y conocí la
miseria de la criatura y mis ingratitudes para con Dios, y
deshacíase mi corazón entre el dolor de mis culpas y el
deseo de conseguir aquella no merecida y gran dicha de
ser hija de esta soberana Señora. Alzaba con temor los
ojos al trono del Muy Alto y mi rostro se mudaba con la
turbación y la esperanza; convertíame a mi intercesora y,
deseando me admitiese por esclava, pues no merecía el
título de hija, hablaba con lo íntimo del alma sin formar
palabras, y entendía que le decía la gran Señora al
Altísimo:
27. Divino Rey y Dios mío, verdad es que no tiene de su
parte esta pobre criatura qué ofrecer a vuestra justicia;
mas yo por ella presento los merecimientos y la sangre
que por ella derramó mi Hijo Santísimo y con ellos
presento la dignidad de Madre de vuestro Unigénito, que
recibí de vuestra inefable piedad, todas las obras que
hice en su servicio y haberle traído en mis entrañas y
alimentado con la leche de mis pechos y sobre todo os
presento vuestra misma divinidad y bondad; y os suplico
tengáis por bien que esta criatura quede ya adoptada
por mi hija y mi discípula, que yo la fío. Con mi
enseñanza enmendará sus faltas y perfeccionará sus
obras a vuestro beneplácito.
28. Concedió el Altísimo esta petición —¡ sea
eternamente alabado, que oyó a la gran Reina
intercediendo por la menor de las criaturas!— y luego
sentí grandes efectos con júbilo de mi alma, los cuales no
es posible explicar; pero con todo afecto me convertí a
todas las criaturas del cielo y de la tierra y sin poder
contener el alborozo las convidé a todas para que por mí
y conmigo alabasen al autor de la gracia. Paréceme que
a voces les decía: ¡Oh moradores y cortesanos del cielo
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y todas las criaturas vivientes, formadas por la mano del
Muy Alto, mirad esta maravilla de su liberal misericordia,
y por ella le bendecid y alabad eternamente, pues a la
más vil del universo ha levantado del polvo, a la más
pobre ha enriquecido, a la más indigna ha honrado como
sumo Dios y poderoso Rey! Y si vosotros, hijos de Adán,
veis a la más huérfana amparada, a la más pecadora
perdonada, salid ya de vuestra ignorancia, levantaos de
vuestro desaliento y animad vuestra esperanza; que si a
mí el brazo poderoso me ha favorecido, si me ha llamado
y perdonado, todos podéis esperar vuestra salud; y si la
queréis tener segura, buscad, buscad el amparo de
María Santísima, solicitad su intercesión y la sentiréis
Madre de inefable misericordia y clemencia.
29. Convertíme también a esta poderosísima Reina, y la
dije: Ea, Señora mía, ya no me llamaré huérfana, pues
tengo madre, y madre Reina de todo lo criado; ya no seré
ignorante, si no por mi culpa, pues tengo maestra de la
divina sabiduría; no pobre, pues tengo dueña que lo es
de todos los tesoros del cielo y tierra; ya tengo madre
que me ampare, maestra que me enseñe y me corrija,
señora que me mande y me gobierne. Bendita sois entre
todas las mujeres, maravillosa entre las criaturas,
admirable en los cielos y en la tierra, y todos confiesen
vuestra grandeza con eternas alabanzas. No es fácil ni
posible que la menor de las criaturas, el más vil gusano
de la tierra, os dé el retorno; recibidle de la Divina diestra
y a la vista beatífica donde estáis en Dios gozándoos
por todas las eternidades. Yo quedaré reconocida y
obligada esclava, alabando al Todopoderoso lo que la
vida me durare; porque me favoreció su liberal
misericordia, dándome a vos, Reina mía, por Madre y
Maestra. Mi silencio afectuoso os alabe, que mi lengua
no tiene razones ni términos adecuados para hacerlo;
todos son coartados y limitados.
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30. No es posible explicar lo que siente el alma en tales
misterios y beneficios. Este fue de grandes bienes para la
mía, porque luego se me intimó una perfección de vida y
de obras, que me faltan términos para decirla como la
entendí; pero todo esto —me dijo el Altísimo— se me
concedía por María Santísima, y para que escribiese su
Vida. Y conocí que confirmando el Eterno Padre este
beneficio, me elegía para que manifestase los
sacramentos de su Hija, y el Espíritu Santo para que con
su influencia y luz declarase los ocultos dones de su
Esposa, y el Hijo Santísimo me destinaba para que
abriese los misterios de su Madre Purísima María. Y para
disponerme en esta obra, conocí que la Beatísima
Trinidad iluminaba y bañaba mi espíritu con especial luz
de la Divinidad y que el poder divino tocaba mis
potencias como con un pincel y las iluminaba con nuevos
hábitos para las operaciones perfectas en esta materia.
31. Mandóme también el Altísimo que con todo mi
desvelo procurase imitar, según mis flacas fuerzas
alcanzasen, todo lo que entendiese y escribiese de las
virtudes heroicas y operaciones santísimas de la Reina
divina, ajustando mi vida con este ejemplar. Y
reconociéndome yo tan inepta como soy para cumplir con
esta obligación, la misma Reina clementísima me ofreció
de nuevo su favor y enseñanza para todo lo que el
Altísimo me mandaba y destinaba. Luego pedí la
bendición a la Santísima Trinidad, para dar principio a la
segunda parte de esta divina Historia y conocí que todas
tres personas me la daban como singularmente cada
una; y saliendo de esta visión procuré lavar mi alma con
los sacramentos y contrición de mis culpas y en el nombre
del Señor y de la obediencia puse las manos en esta
obra, para gloria del Altísimo y de su Madre Santísima y
siempre inmaculada Virgen María.
32. Esta segunda parte comprende la vida de la Reina
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desde el misterio de la Encarnación hasta la subida de
Cristo nuestro Señor a los cielos inclusive, que es lo más y
lo principal de esta divina Historia, porque abraza toda
la vida y misterios del mismo Señor con su pasión y
muerte santísima. Y sólo quiero advertir aquí que los
beneficios y gracias concedidas a María Santísima, para
prevenirla al misterio de la Encarnación, tomaron la
corrida desde el instante de su Inmaculada Concepción,
porque entonces en la mente y decreto del mismo Dios
era ya Madre del Verbo Eterno. Pero como se iba
acercando al efecto de la Encarnación, iban creciendo
los dones y favores de la gracia, y aunque parecen todos
de una misma especie o género desde el principio, pero
íbanse aumentando y creciendo; y yo no tengo términos
nuevos y diferentes que adecúen a estos aumentos y
nuevos favores, y así es necesario en toda esta Historia
remitirnos al poder infinito del Señor, que dando mucho
le queda infinito que dar de nuevo, y la capacidad del
alma, y más en la Reina del Cielo, tiene su género de
infinidad para recibir más y más, como sucedió, hasta
llegar al colmo de santidad y participación de la
Divinidad, que ninguna otra criatura pura ha llegado ni
llegará eternamente. El mismo Señor me ilustre para que
en esta obra prosiga con su Divino beneplácito. Amén.
LIBRO III
ONTIENE LA ALTÍSIMA DISPOSICIÓN QUE EL
TODOPODEROSO OBRÓ EN MARÍA SANTÍSIMA
PARA LA ENCARNACIÓN DEL VERBO, LO TOCANTE
A ESTE MISTERIO, EL EMINENTÍSIMO ESTADO EN QUE
QUEDÓ LA FELIZ MADRE, LA VISITACIÓN A SANTA ISABEL
Y SANTIFICACIÓN DEL BAUTISTA, LA VUELTA A NAZARET
Y UNA MEMORABLE BATALLA QUE TUVO CON LUCIFER.
C
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CAPITULO 1
Comienza el Altísimo a disponer en María Santísima
el misterio de la Encarnación y su ejecución por nueve
días antecedentes. Declárese lo que sucedió en el
primero.
1. Puso el Muy Alto a nuestra Reina y Señora en las
obligaciones de esposa del Santo José y en ocasión de
conversar más con los prójimos, para que su vida
inculpable fuese a todos ejemplar de suma santidad.
Hallándose la divina Señora en este nuevo estado, pensó
y discurrió tan altamente y ordenó las operaciones de su
vida con tal sabiduría, que fue admirable emulación
para la angélica naturaleza y magisterio nunca visto
para la humana. Pocos la conocían, y menos la
comunicaban; pero éstos, más dichosos, recibían todos
tan divinos influjos de aquel cielo de María, que con
admirable júbilo y conceptos peregrinos querían dar
voces y publicar la lumbre que les encendía los
corazones, conociendo se derivaba de la presencia de
María Purísima. No ignoraba la Prudentísima Reina estos
efectos de la mano del Altísimo, pero ni era tiempo de
fiárselos al mundo, ni su profundísima humildad lo
consentía. Pedía al Señor continuamente la ocultase de
los hombres y que todos los favores de su diestra
redundasen en sola su alabanza y permitiese que fuese
ella ignorada y despreciada de todos los mortales,
porque no fuese ofendida su bondad infinita.
2. Estas peticiones de su Esposa admitía el Señor en
grande parte y disponía su providencia que la misma luz
enmudeciese a los que con ella se inclinaban a
engrandecerla, y movidos de la virtud Divina se dejaban
y se convertían al interior, alabando al Señor por la luz
que en él sentían, y con una preñez de admiración
suspendían el juicio y dejando la criatura se volvían al
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Criador. Muchos salían de pecado sólo con haberla
mirado y otros mejoraban sus vidas y todos se componían
a su vista, porque recibían celestiales influencias en sus
almas; pero luego se olvidaban del mismo original de
donde se copiaba, porque si le tuvieran presente o
conservaran su imagen, nadie sufriera el alejarse de ella
y todos la buscaran desalados, si Dios no lo impidiera con
misterio.
3. En obras de donde tales frutos se cogían y en
aumentar los méritos y gracias de donde todo procedía,
se ocupó nuestra Reina, esposa de José, por seis meses y
diecisiete días, que pasaron de su desposorio hasta la
Encarnación del Verbo. Y no puedo detenerme en referir
por menor los actos tan heroicos como hizo de todas las
virtudes interiores y exteriores, de caridad, humildad,
religión, limosnas, beneficios y otras obras de
misericordia; porque todo esto excede a la pluma y a la
capacidad. Con lo que más se manifestará es con decir
que halló el Altísimo en María Santísima la plenitud de su
agrado y el lleno de su deseo y la correspondencia de
pura criatura debida a su Criador. Con esta santidad y
merecimientos se halló Dios como obligado y, a nuestro
entender, compelido, para apresurar el paso y extender
el brazo de su omnipotencia a la mayor de las maravillas
que antes ni después se conocerá, tomando carne
humana el Unigénito del Padre en las entrañas virginales
de esta Señora.
4. Para ejecutar esta obra con la decencia digna del
mismo Dios, previno singularmente a María Santísima por
nueve días que inmediatamente precedieron al misterio,
y soltando el ímpetu del río (Sal., 45, 5) de la Divinidad,
para que inundase con sus influjos a esta Ciudad de Dios,
comunicóle tantos dones, gracias y favores, que yo enmudezco
en el conocimiento que de esta maravilla se me ha
dado y se acobarda mi bajeza para referir lo que
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entiendo; porque la lengua, la pluma y todas las
potencias de las criaturas son instrumentos
improporcionados para revelar tan encumbrados
sacramentos. Y así quiero que se entienda que cuanto
aquí dijere es una oscura sombra de la menor parte de
esta maravilla y prodigio inexplicable, que no se ha de
medir con nuestros limitados términos, mas con el poder
Divino que no los tiene.
5. El primero día de esta felicísima novena sucedió que
la divina princesa María, después de algún pequeño
alivio que recibía, se levantó a media noche a imitación
de su padre (Santo Rey) David (Sal., 118, 62) —que éste
era el orden y concierto que le había dado el Señor— y
postrada en la presencia del Altísimo comenzó su
acostumbrada oración y santos ejercicios. Habláronla los
Santos Ángeles que la asistían, y la dijeron: Esposa de
nuestro Rey y Señor, levantaos, que Su Majestad os
llama. Levantóse con fervoroso afecto, y respondió: El
Señor manda que del polvo se levante el polvo. Y
convertida a la cara del mismo Señor que la llamaba,
continuó diciendo: Altísimo y poderoso Dueño mío, ¿qué
queréis hacer de mí? En estas palabras su alma santísima
fue en espíritu elevada a otra nueva y más alta habitación,
más inmedita al mismo Señor y más remota de
todo lo terreno y momentáneo.
6. Sintió luego que allí la disponían con aquellas
iluminaciones y purificaciones que recibía otras veces
para alguna más alta visión de la Divinidad. Y no me
detengo en referirlas, porque lo hice en la primera parte
(Cf. supra p. I n. 623-629, 632). Con esto se le manifestó la
Divinidad por visión, no intuitiva, sino abstractiva; pero
con tanta evidencia y claridad, que de aquel objeto
incomprensible comprendió más esta Señora por este
modo que los bienaventurados con el que intuitivamente
le conocen y le gozan. Fue esta visión más alta y más
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profunda que otras de este género; porque cada día la
divina Señora se hacía más idónea y unos beneficios,
usando tan perfectamente de ellos, la disponían para
otros y las repetidas noticias y visiones de la Divinidad la
hacían más robusta para obrar con mayor fuerza cerca
de aquel objeto infinito.
7. Conoció en esta visión nuestra princesa María
altísimos secretos de la Divinidad y de sus perfecciones, y
especialmente de su comunicación ad extra por la obra
de la creación; y cómo procedió de la bondad y
liberalidad de Dios y cómo para su ser Divino y su infinita
gloria no había menester las criaturas, porque sin ellas
estaba glorioso en sus interminables eternidades, antes
de la creación del mundo. Muchos sacramentos y
secretos se le comunicaron a nuestra Reina que ni se
pueden ni deben manifestar a todos, porque sola ella fue
la única y electa (Cant., 6, 8) para estas delicias (Cant.,
7,6) del sumo Rey y Señor de lo criado. Pero conociendo
Su Alteza en esta visión aquel peso e inclinación de la
Divinidad para comunicarse ad extra, mayor que le
tienen todos los elementos cada uno a su centro, y como
estaba tan entrañada en la esfera de aquel fuego del
divino amor, enardecida en él pidió al Padre Eterno
enviase al mundo a su Unigénito y diese a los hombres su
remedio y a su misma Divinidad y perfecciones diese —a
nuestro entender— la satisfacción y ejecución que
pedían.
8. Eran para el Señor muy dulces estas palabras de su
Esposa, eran la purpúrea venda (Cant., 4, 3) con que
ligaba y compelía su amor. Y para venir a la ejecución de
sus deseos, quiso prevenir de cerca el tabernáculo o el
templo a donde quería descender desde el pecho de su
Eterno Padre. Determinó darle a su amada y escogida
para madre noticia clara de todas las obras ad extra,
como las había su omnipotencia fabricado. Y este día en
17
la misma visión le manifestó todo lo que hizo en el día
primero de la creación del mundo, que se refiere en el
Génesis (Gén., 1, 1-5) y las conoció todas con más
claridad y comprensión que si las tuviera presentes a los
ojos corporales, porque las conoció primero en el mismo
Dios y después en sí mismas.
9. Entendió y conoció cómo en el principio crió el Señor
el cielo y la tierra, cuánto y cómo estuvo vacía y las
tinieblas sobre la cara del abismo, cómo el espíritu del
Señor era llevado sobre las aguas y cómo al Divino
mandato fue hecha la luz y su condición, y que dividiendo
las tinieblas, ellas se llamaron noche y la luz día; y en
esto se gastó el primero. Conoció la grandeza de la
tierra, su longitud, latitud y profundidad, sus cavernas,
infierno, limbo y purgatorio con sus habitadores, las
regiones, climas, meridianos y división en las cuatro
partes del mundo y todos los que las ocupan y habitan.
Conoció con la misma claridad los orbes inferiores y cielo
empíreo, y cuándo fueron criados los ángeles en el día
primero, y entendió su naturaleza y condiciones,
diferencias, jerarquías, oficios, grados y virtudes. Fuele
manifestada la rebeldía de los ángeles malos y su caída,
con las causas y ocasiones que tuvo —ocultábale siempre
el Señor lo que a ella le tocaba—. Entendió el castigo y
efectos del pecado en los demonios, conociéndolos
como ellos en sí mismos son; y para fin de este favor del
primer día le manifestó de nuevo el Señor, cómo ella era
formada de aquella baja materia de la tierra y de la
naturaleza de todos los que se convierten en polvo; y no
le dijo que sería ella convertida en él, pero diole tan alto
conocimiento del ser terreno, que se humilló la gran
Reina hasta el profundo de la nada y siendo inculpable
se abatió más que todos los hijos de Adán juntos y
llenos de miserias.
10. Toda esta visión y sus efectos ordenaba el Altísimo
18
para abrir en el corazón de María las zanjas tan
profundas como pedía el edificio que en ella quería
edificar, que tocase hasta la unión sustancial e
hipostática de la misma Divinidad. Y como la dignidad de
Madre de Dios era sin término y de alguna infinidad,
convenía que se fundase en una humildad proporcionada
y que fuese ilimitada sin pasar los límites de la razón;
pero llegando a lo supremo de la virtud, tanto se humilló
la bendita entre las mujeres que la Santísima Trinidad
quedó como pagada y satisfecha y —a nuestro modo de
entender— obligada a levantarla al grado y dignidad
más eminente entre las criaturas y más inmediato a la
Divinidad; y con este beneplácito la habló Su Majestad y
la dijo:
11. Esposa y paloma mía, grandes son mis deseos de
redimir al hombre del pecado, y mi piedad inmensa está
como violentada mientras no desciendo a reparar el
mundo; pídeme continuamente estos días con grande
afecto la ejecución de estos deseos y, postrada en mi
real presencia, no cesen tus peticiones y clamores, para
que con efecto descienda el Unigénito del Padre a unirse
con la humana naturaleza.—A este mandato respondió la
divina Princesa, y dijo: Señor y Dios eterno, cuyo es todo
el poder y sabiduría, a cuya voluntad nadie puede
resistir (Est., 13, 9), ¿quién impide vuestra
omnipotencia?, ¿quién detiene el corriente impetuoso de
vuestra Divinidad, para no ejecutar vuestro beneplácito
en beneficio de todo el linaje humano? Si acaso, amado
mió, soy yo el óbice de este impedimento para beneficio
tan inmenso, muera primero que yo resista a vuestro
gusto; no puede caer este favor en merecimiento de
ninguna criatura, pues no queráis, Dueño y Señor mío,
aguardar a que más lo vengamos a desmerecer. Los
pecados de los hombres se multiplican y crecen más
Vuestras ofensas, pues ¿cómo llegaremos a merecer el
mismo bien de que nos hacemos cada día más indignos?
19
En vos mismo está, Señor mío, la razón y el motivo de
nuestro remedio: vuestra bondad infinita, Vuestras
misericordias sin número os obligan, los gemidos de los
profetas y padres de vuestro pueblo os solicitan, los
santos os desean, los pecadores aguardan y todos juntos
claman; y si yo vil gusanillo no desmerezco Vuestra
dignación con mis ingratitudes, os suplico con lo íntimo
de mi alma aceleréis el paso y lleguéis a nuestro remedio
por Vuestra misma gloria.
12. Acabó esta oración la Princesa del cielo y volvió
luego a su ordinario y más natural estado; pero con el
nuevo mandato que tenía del Señor fue continuando todo
aquel día las peticiones por la Encarnación del Verbo y
con profundísima humildad repitió los ejercicios de
postrarse en la tierra y orar en forma de cruz; porque el
Espíritu Santo que la gobernaba le había enseñado esta
postura, de que tanto se había de complacer la Beatísima
Trinidad, y como si de su real trono en el cuerpo de la
futura Madre del Verbo mirara crucificada la persona de
Cristo, así recibía aquel matutino sacrificio de la Purísima
Virgen, en que prevenía el de su Hijo Santísimo.
Doctrina que me dio la Reina del cielo.
13. Hija mía, no son capaces los mortales para
entender las obras indecibles que el brazo de la
Omnipotencia obró en mí, disponiéndome para la
Encarnación del Verbo Eterno; señaladamente los nueve
días que precedieron a tan alto sacramento fue mi espíritu
elevado y unido con el ser inmutable de la Divinidad
y quedó anegado en aquel piélago de infinitas
perfecciones, participando de todas ellas eminentes y
divinos efectos que no pueden venir en corazón humano.
La ciencia que me comunicó de las criaturas penetraba
hasta lo íntimo de todas ellas, con mayor claridad y
privilegios que la de todos los espíritus angélicos, siendo
20
ellos tan admirables en este conocimiento de todo lo
criado, después de ver a Dios, y las especies de todo lo
que entendí me quedaron impresas, para usar de ellas
después a mi voluntad.
14. Lo que de ti quiero ahora ha de ser que, atenta a lo
que yo hice con esta ciencia, me imites según tus fuerzas
con la luz infusa que para esto has recibido; aprovecha la
ciencia de las criaturas, formando de ellas una escala
que te encamine a tu Criador, de suerte que en todas
busques su principio de donde se originan y su fin a
donde se ordenan; de todas te sirve para espejo en que
reverbere su Divinidad, para recuerdo de su
omnipotencia y para incentivos del amor que de ti quiere.
Admírate con alabanza de la grandeza y magnificencia
del Criador y en su presencia te humilla a lo ínfimo del
polvo y nada dificultes de hacer ni padecer para llegar a
ser mansa y humilde de corazón. Atiende, carísima, cómo
esta virtud fue el fundamento firmísimo de todas las
maravillas que obró el Altísimo conmigo; y para que
aprecies esta virtud, advierte que entre todas, así como
es tan preciosa, también es delicada y peligrosa, y si en
alguna cosa la pierdes y no eres humilde en todas sin
diferencia, no lo serás con verdad en alguna. Reconoce el
ser terreno y corruptible que tienes y no ignores que el
Altísimo con grande providencia formó al hombre de
manera que su mismo ser y formación le intimase, le
enseñase y repitiese la importante lección de la
humildad y que jamás le faltase este magisterio; por esto
no le formó de más noble materia y le dejó el peso del
santuario (Ex., 30, 24) en su interior, para que en una
balanza ponga el ser infinito y eterno del Señor, y en otra
el de su vilísima materia; y con esto le dé a Dios lo que es
de Dios (Mt., 22, 21) y a sí mismo se dé lo que le toca.
15. Yo hice con perfección este juicio para ejemplo y
doctrina de los mortales, y quiero que tú le hagas a mi
21
imitación y que tu desvelo y estudio sea en ser humilde,
con que darás gusto al Altísimo y a mí, que quiero tu
verdadera perfección, y que se funde sobre las zanjas
profundísimas de tu conocimiento, y cuanto más las
profundes más alto y encumbrado subirá el edificio de la
virtud y tu voluntad hallará lugar más íntimo en la del
Señor; porque mira desde la altura de su solio a los
humildes de la tierra (Sal., 112, 6).
CAPITULO 2
Continúa el Señor el día segundo los favores y
disposición para la Encarnación del Verbo en María
Santísima.
17. En prosecución de este intento fue continuando el
supremo Señor los favores con que dispuso a María
santísima los nueve días que voy declarando, inmediatos
a la encarnación; y llegando el día segundo, a la misma
hora de media noche fue visitada Su Alteza en la misma
forma que dije en el capítulo pasado, elevándola el
poder divino con aquellas disposiciones, cualidades o
iluminaciones que la preparaban para las visiones de la
Divinidad. Manifestósele este día abstractivamente,
como en el primero, y vio las obras que tocaban al día
segundo de la creación del mundo: conoció cuándo y
cómo hizo Dios la división de las aguas, unas sobre el
firmamento y otras debajo, formando en medio el
firmamento (Gén., 1, 6-7) y de las superiores el cielo
cristalino que llaman ácueo. Penetró la grandeza, orden,
condiciones, movimientos y todas las cualidades y
condiciones de los cielos.
18. No era ociosa esta ciencia ni estéril en la
Prudentísima Virgen, porque redundaban en ella casi
inmediatamente de la clarísima luz de la Divinidad, y así
la inflamaba y enardecía en la admiración, alabanza y
22
amor de la bondad y poder Divino, y transformada en el
mismo Dios hacía heroicos actos de todas las virtudes,
complaciendo a Su Majestad con plenitud de su agrado.
Y como el día primero precedente la hizo Dios
participante del atributo de su sabiduría, así este
segundo día le comunicó en su modo el de la
omnipotencia y la dio potestad sobre las influencias de
los cielos y planetas y elementos, y mandó que todos la
obedeciesen. Quedó esta gran Reina con imperio y
dominio sobre el mar, tierra, elementos y orbes celestes,
con todas las criaturas que en ellos se contienen.
19. Este dominio y potestad pertenecía también a la
dignidad de María Santísima por la razón que arriba he
dicho y, a más de esto, por otras dos especiales: la una,
porque esta Señora era Reina privilegiada y exenta de la
ley común del pecado original y sus efectos; y por esto no
debía ser encartada en el padrón universal de los
insensatos hijos de Adán, contra quienes dio armas (Sab.,
5, 18) el Omnipotente a las criaturas, para vengar sus
injurias y castigar la locura de los mortales; porque si
ellos no se hubieran convertido inobedientes contra su
Criador, tampoco los elementos y sus criaturas les fueran
inobedientes ni molestos, ni convirtieran contra ellos el
rigor de su actividad e inclemencias; y si esta rebelión de
las criaturas fue castigo del pecado, no se había de
entender con María Santísima inmaculada e inculpable;
ni tampoco en este privilegio debía de ser inferior a la
naturaleza angélica, a quien ni alcanza esta pena del
pecado ni tiene jurisdicción sobre ella la virtud elemental.
Aunque María Santísima era de naturaleza
corpórea y terrena, pero en ella fue más estimable, como
más peregrino y costoso, el subir a la altura de todas las
criaturas terrenas y espirituales y hacerse con sus
méritos condigna Reina y Señora de todo lo criado; y más
se le debía conceder a la Reina que a los vasallos, más a
la Señora que a los siervos.
23
20. La segunda razón era, porque a esta divina Reina
había de obedecer su Hijo Santísimo como a Madre, y
pues Él era Criador de los elementos y de todas las cosas,
estaba puesto en razón que todas ellas obedeciesen a
quien el mismo Criador debía su obediencia, y que ella
las mandase a todas, pues la persona de Cristo en cuanto
hombre había de ser gobernada por su Madre, por obligación
y ley de la naturaleza. Y tenía este privilegio
grande conveniencia para realzar las virtudes y méritos
de María Santísima; porque en ella venía a ser voluntario
y meritorio lo que en nosotros es forzoso, y de ordinario
contra nuestra voluntad. No usaba la prudentísima Reina
de este imperio sobre los elementos y criaturas indistintamente
y en obsequio de su propio sentido y alivio;
antes mandó a todas las criaturas que con ella
ejercitasen las operaciones y acciones que le podían ser
penales y molestas naturalmente, porque en esto había
de ser semejante a su Hijo Santísimo y padecer con él. Y
no sufriría el amor y humildad de esta gran Señora que
las inclemencias de las criaturas se detuvieran y
suspendieran privándola del aprecio del padecer, que
conocía tan estimable en los ojos del Señor.
21. Sólo en algunas ocasiones, que conocía no ser en
obsequio suyo, sino de su Hijo y Criador, imperaba la
dulce Madre sobre la fuerza de los elementos y sus
operaciones, como veremos adelante (Cf. infra n.543, 590,
633) en las peregrinaciones de Egipto y en otras
ocasiones, donde prudentísimamente juzgaba que
convenía, para que las criaturas reconociesen a su
Criador y le hiciesen reverencia (Cf. infra 185, 485, 636; p.
III n. 471) o le abrigasen y sirviesen en alguna necesidad.
¿Quién de los mortales no se admira en el conocimiento
de tan nueva maravilla? Ver una criatura pura y terrena y
mujer con el imperio y dominio de todo lo criado, y que
en su estimación y en sus ojos se reputase por la más
24
indigna y vil de todas ellas, y con esta consideración
mande a las iras de los vientos y al rigor de sus
operaciones que se conviertan contra ella, y que por
obedientes lo cumplan; pero como temerosos y corteses a
tal Señora, obraban más en obsequio de su rendimiento
que por vengar la causa de su Criador, como lo hacen con
los demás hijos de Adán.
22. En presencia de esta humildad de nuestra invicta
Reina, no podemos negar los mortales nuestra vanísima
arrogancia, si no le llamo atrevimiento, pues cuando
merecíamos que todos los elementos y las fuerzas
ofensivas de todo el universo se rebelen contra nuestras
insanias, así nos querellamos de su rigor, como si el molestarnos
fuera agravio. Condenamos el rigor del frío, no
queremos sufrir que nos fatigue el calor, todo lo penoso
aborrecemos, y todo el estudio ponemos en culpar estos
ministros de la Divina justicia y buscar a nuestros
sentidos el sagrado de las comodidades y deleites, como
si nos hubiera de valer para siempre, y no fuera cierto
que nos sacarán de él para más duro castigo de nuestras
culpas.
23. Volviendo a estos dones de ciencia y potencia que se
le dieron a la Princesa del cielo, y a los demás que la
disponían para digna Madre del Unigénito del eterno
Padre, se entenderá su excelencia, considerando en ellos
un linaje de infinidad o comprensión participada de la
del mismo Dios y semejante a la que después tuvo el
alma santísima de Cristo; porque no sólo conoció todas
las criaturas con el mismo Dios, pero las comprendía de
suerte que las encerraba en su capacidad y pudiera
extenderse a conocer otras muchas si hubiera que
conocer. Y llamo yo infinidad a esto, porque parece a la
condición de la ciencia infinita, y porque juntamente sin
sucesión miraba y conocía el número de los cielos, su
latitud, profundidad, orden, movimientos, cualidades,
25
materia y forma, los elementos con todas sus condiciones
y accidentes, todo lo conocía junto; y sólo ignoraba la
Virgen sapientísima el fin próximo de todos estos favores,
hasta que llegase la hora de su consentimiento y de la
inefable misericordia del Altísimo; pero continuaba estos
días sus peticiones fervorosas por la venida del Mesías,
porque se lo mandaba el mismo Señor, y le daba a
conocer que no se tardaría, porque se llegaba el tiempo
destinado.
Doctrina que me dio la Reina del cielo.
24. Hija mía, por lo que vas entendiendo de mis favores y
beneficios para ponerme en la dignidad de Madre del
Altísimo, quiero que conozcas el orden admirable de su
sabiduría en la creación del hombre. Advierte, pues,
cómo su Criador le hizo de nada, no para que fuese
siervo, mas para rey y señor de todas las cosas (Gén., 1,
26) y que de ellas se sirviese con imperio, mando y
señorío; pero reconociéndose juntamente por hechura y
por imagen de su mismo Hacedor y estando más rendido
a Él y más atento a su voluntad que las criaturas a la del
mismo hombre, porque así lo pide el orden de la razón. Y
para que no le faltase al hombre la noticia y
conocimiento del Criador y de los medios para saber y
ejecutar su voluntad, le dio sobre la luz natural otra
mayor, más breve, más fácil, más cierta y más sin costa y
general para todos, que fue la lumbre de la Fe divina, con
que conociese el ser de Dios y sus perfecciones y con
ellas juntamente sus obras. Con esta ciencia y señorío
quedó el hombre bien ordenado, honrado y enriquecido,
sin excusa para dedicarse todo a la Divina voluntad.
25. Pero la estulticia de los mortales turba todo este
orden y destruye esta divina armonía, cuando el que
fue criado para señor y rey de las criaturas se hace vil
esclavo de ellas mismas y se sujeta a su servidumbre,
26
deshonrando su dignidad y usando de las cosas visibles,
no como señor prudente, pero como inferior indigno, y no
reconociéndose superior cuando se constituye y se hace
inferiorísimo a lo más ínfimo de las criaturas. Toda esta
perversidad nace de usar de las cosas visibles, no para
obsequio del Criador ordenándolas a él con la Fe, sino de
usar mal de todo, sólo para saciar las pasiones y sentidos
con lo deleitable de las criaturas, y por esto aborrecen
tanto a las que no lo son.
26. Tú, carísima, mira con la Fe a tu Señor y Criador, y
en tu alma procura copiar la imagen de sus Divinas
perfecciones; no pierdas el imperio y el dominio de las
criaturas para que ninguna sea superior a tu libertad,
antes quiero que de todas triunfes y nada se interponga
entre tu alma y tu Dios. Sólo te has de sujetar con alegría,
no a lo deleitable de las criaturas, porque se oscurecerá
tu entendimiento y enflaquecerá tu voluntad, pero a lo
molesto y penoso de sus inclemencias y operaciones,
padeciéndolo con alegre voluntad, pues yo lo hice por
imitar a mi Hijo Santísimo, aunque tuve potestad para
elegir el descanso y no tenía pecados que satisfacer.
CAPITULO 3
Continúase lo que el Altísimo concedió a María
Santísima en el día tercero de los nueve antes de la
Encarnación.
27. La diestra del omnipotente Dios, que a María
Santísima hizo franca la entrada de su Divinidad, iba
enriqueciendo y adornando con las expensas de sus
infinitos atributos aquel purísimo espíritu y cuerpo
virginal que había escogido para tabernáculo, para
templo y ciudad santa de su habitación; y la divina
Señora engolfada en aquel océano de la divinidad se
alejaba cada día más del ser terreno y se transformaba
27
en otro celestial, descubriendo nuevos sacramentos
que la manifestaba el Altísimo; porque como es objeto
infinito y voluntario, aunque se sacie el apetito con lo que
recibe, queda más que desear y entender. Ninguna pura
criatura llegó ni llegará a donde María Santísima.
Penetró en el conocimiento de Dios y de las criaturas y,
en estos beneficios, grandes profundidades, sacramentos
y secretos, los cuales todas las jerarquías de los ángeles
ni hombres juntos no los alcanzarán, a lo menos lo que
recibió esta Princesa del Cielo para ser Madre del
Criador.
28. El día tercero de los nueve que voy declarando,
precediendo las mismas preparaciones que dije en el
capítulo primero, se le manifestó la Divinidad en visión
abstractiva como los otros dos días. Muy tarda y desigual
es nuestra capacidad para ir entendiendo los aumentos
que iban recibiendo estos dones y gracias que
acumulaba el Altísimo en la divina María, y a mí me
faltan nuevos términos para explicar algo de lo que se
me ha manifestado. Declararéme con decir que la
sabiduría y poder Divino iban proporcionando a la que
había de ser Madre del Verbo, para que, en cuanto era
posible, llegase a tener una pura criatura la similitud y
proporción conveniente con las Divinas Personas. Y quien
mejor entendiere la distancia de estos dos extremos, Dios
infinito y criatura humana limitada, podrá alcanzar más
de los medios necesarios para juntarlos y proporcionarlos.
29. Iba copiando la divina Señora de los originales de la
divinidad nuevos retratos de sus atributos infinitos y
virtudes; iba subiendo de punto su hermosura con los
retoques, baños y lumines que la daba el pincel de la
infinita sabiduría. Y este día tercero se le manifestaron
las obras de la creación en el tercero del mundo, como
entonces sucedieron (Gén., 1, 9-13). Conoció cuándo y
28
cómo las aguas, que estaban debajo los cielos, se
juntaron al Divino imperio en un lugar, despejando la
árida, a la que el Señor llamó tierra, y a las congregaciones
de las aguas llamó mares. Conoció cómo la
tierra germinó la yerba fresca que tuviese su semilla y
todo género de plantas y árboles fructíferos también con
sus semillas, cada uno en su propia especie. Conoció y
penetró la grandeza del mar, su profundidad y divisiones,
la correspondencia de los ríos y fuentes que de él se
originan y a él corren, las especies de plantas y yerbas,
flores, árboles, raíces, frutos y semillas, y que todas y
cada una sirven para algún efecto en servicio del
hombre. Todo esto lo entendió y penetró nuestra Reina,
más clara, distinta y latamente que el mismo Adán y
Salomón; y todos los médicos del mundo en esta
comparación fueron ignorantes, después de largos
estudios y experiencias. María Santísima lo deprendió
todo de improviso, como dice la Sabiduría (Sab., 7, 21), y
como lo deprendió sin ficción, lo comunicó también sin
envidia (Ib. 13); y cuanto dijo allí Salomón se verificó en
ella con eminencia incomparable.
30. En algunas ocasiones usó nuestra Reina de esta
ciencia para ejercitar la caridad con los pobres y
necesitados, como se dirá en lo restante de esta Historia
(Cf. infra n. 668, 867, 868, 1048; p. III n. 159, 423); pero
teníala en su libertad, y le era tan fácil usar de ella como
lo es para un músico tocar un instrumento de su arte en
que es muy sabio; y lo mismo fuera de todas las demás
ciencias, si quisiera o fuera necesario su ejercicio para
servicio del Altísimo, que de todas pudiera usar como
maestra en quien estaban recopiladas mejor que en
ninguno de los mortales que ha tenido algún especial
arte o ciencia. Tenía también superioridad sobre las
virtudes, calidades y operaciones de las piedras, yerbas y
plantas; y lo que prometió Cristo nuestro Señor a sus
apóstoles y primeros fieles, que no les dañarían los
29
venenos aunque los bebiesen (Mc., 16, 18), este privilegio
tenía la Reina con imperio, para que ni el veneno ni otra
cosa alguna la pudiese dañar ni ofender sin su voluntad.
31. Estos privilegios y favores tuvo siempre ocultos la
prudentísima Princesa y Señora y no usaba de ellos para
sí misma, como queda dicho, por no negarse al padecer
que su Hijo Santísimo escogió; y antes de concebirle y ser
madre, era gobernada en esto por la Divina luz y noticia
que tenía de la pasibilidad que el Verbo Humanado
había de recibir. Y después que siendo Madre suya
vio y experimentó esta verdad en su mismo Hijo y Señor,
dio más licencia o, por decir mejor, mandaba a las
criaturas que la afligiesen con sus fuerzas y operaciones,
como lo hacían con su mismo Criador. Y porque no
siempre quería el Altísimo que su Esposa única y electa
fuese molestada de las criaturas, muchas veces las
detenía o impedía para que sin estas pasiones tuviese
algunos tiempos en que la divina Princesa gozase de las
delicias del sumo Rey.
32. Otro singular privilegio en favor de los mortales
recibió María Santísima en la visión de la Divinidad que
tuvo el tercero día; porque en ella le manifestó Dios por
especial modo la inclinación del amor Divino al remedio
de los nombres y a levantarlos de todas sus miserias. Y en
el conocimiento de esa infinita misericordia y lo que con
ella benignamente había de obrar, le dio el Altísimo a
María Purísima cierto género de participación más alta
de sus mismos atributos, para que después, como Madre
y abogada de los pecadores, intercediese por ellos. Esta
influencia en que participó María Santísima el amor de
Dios a los hombres y su inclinación a remediarlos fue tan
divina y poderosa, que si de allí adelante no la hubiera
asistido la virtud del Señor para corroborarla no pudiera
sufrir el impetuoso afecto de remediar y salvar a todos
los pecadores. Con este amor y caridad, si necesario
30
fuera o conveniente, se entregara infinitas veces a las
llamas, al cuchillo, a los exquisitos tormentos y a la
muerte, y todos los martirios, angustias, tribulaciones,
dolores, enfermedades las padeciera y no las
rehusara, antes le fueran grande gozo por la salud de
los mortales. Y cuanto han padecido todos, desde el
principio del mundo hasta ahora y padecerán hasta el fin,
todo fuera poco para el amor de esta misericordiosísima
Madre. Vean, pues, los mortales y pecadores lo que
deben a María Santísima.
33. De este día podemos decir que la divina Señora
quedó hecha Madre de piedad y de misericordia, y de
misericordia grande, por dos razones: la una, porque
desde entonces con especial afecto y deseo quiso
comunicar sin envidia los tesoros de la gracia que había
conocido y recibido; y así le resultó de este beneficio tan
admirable dulzura y benigno corazón, que le quisiera
dar a todos y depositarlos en él para que fueran
partícipes del amor divino que allí ardía. La segunda
razón es, porque este amor a la salud humana que
concibió María Purísima fue una de las mayores
disposiciones que la proporcionaron para concebir al
Verbo Eterno en sus virginales entrañas. Y era muy
conveniente que toda fuese misericordia, benignidad,
piedad y clemencia la que sola había de engendrar y
parir al Verbo Humanado, que por su misericordia,
clemencia y amor quiso humillarse hasta nuestra
naturaleza y nacer de ella pasible por los hombres. El
parto dicen que sigue al vientre, porque lleva sus
condiciones, como el agua de los minerales por donde
corre; y aunque este parto salió con ventajas de
Divinidad, pero también llevó las condiciones de la
Madre en el grado posible, y no fuera proporcionada
para concurrir con el Espíritu Santo a esta concepción, en
la que sólo faltó varón, si no tuviera correspondencia con
el Hijo en las calidades de la humanidad.
31
34. Salió de esta visión María Santísima, y todo lo
restante del día lo ocupó en las oraciones y peticiones
que el Señor la ordenaba, creciendo su fervor y
quedando más herido el corazón de su Esposo; de suerte
que —a nuestro entender— ya se le tardaba el día y la
hora de verse en los brazos y a los pechos de su querida.
Doctrina que me dio la Reina Santísima.
35. Hija mía carísima, grandes fueron los favores
que hizo conmigo el brazo del Altísimo en las visiones de
su Divinidad que me comunicó estos días antes de
concebirle en mis entrañas. Y aunque no se me
manifestaba inmediata y claramente sin velo, pero fue
por modo altísimo y con efectos reservados a su
sabiduría. Y cuando, renovando el conocimiento con las
especies que me habían quedado de lo que había visto,
me levantaba en espíritu y conocía quién era Dios para
los hombres y quiénes ellos para Su Majestad, aquí se
inflamaba mi corazón en amor y se dividía de dolor,
porque conocía juntamente el peso del amor inmenso con
los mortales y el ingratísimo olvido de tan incomprensible
bondad. En esta consideración muriera muchas veces, si
no me confortara y conservara el mismo Dios. Y este
sacrificio de su sierva fue gratísimo a Su Majestad y le
aceptó con más complacencia que todos los holocaustos
de la antigua ley, porque miró a mi humildad y se agradó
mucho de ella. Y cuando en estos actos me ejercitaba, me
hacía grandes misericordias para mí y para mi pueblo.
36. Estos sacramentos, carísima, te manifiesto para que
te levantes a imitarme, según tus flacas fuerzas,
ayudadas con la gracia, alcanzaren, mirando como a
dechado y ejemplar las obras que has conocido. Pondera
mucho y pesa repetidas veces con la luz y la razón cuánto
deben corresponder los mortales a tan inmensa piedad y
32
aquella inclinación que tiene Dios a socorrerles. Y a esta
verdad has de contraponer el pesado y duro corazón de
los mismos hijos de Adán. Y quiero que tu corazón se
resuelva y convierta en afectos de agradecimiento al
Señor y en compasión de esta desdicha de los hombres. Y
te aseguro, hija mía, que el día de la residencia general,
la mayor indignación del justo juez ha de ser por haber
olvidado los hombres ingratísimos esta verdad, y ella
será tan poderosa, que los argüirá aquel día con tal
confusión suya, que por ella se arrojaran en el abismo de
las penas cuando no hubiera ministros de justicia Divina
que lo ejecutaran.
37. Para que te desvíes de tan fea culpa, y prevengas
aquel horrendo castigo, renueva en la memoria los
beneficios que has recibido de aquel amor y clemencia
infinita, y advierte que se ha señalado contigo entre,
muchas generaciones. Y no entiendas que tantos favores
y singulares dones fían sido para ti sola, sino también
para tus hermanos, pues a todos se extiende la Divina
misericordia. Y por esto el retorno que debes al Señor ha
de ser por ti primero, y después por ellos. Y porque tú
eres pobre, presenta la vida y méritos de mi Hijo
santísimo, y con ellos juntamente todo lo que yo padecí
con la fuerza del amor, para ser agradecida a Dios y
asimismo por alguna recompensa de la ingratitud de los
mortales; y en todo esto te ejercitarás muchas veces,
acordándote de lo que yo sentía en los mismos actos y
ejercicios.
CAPITULO 4
Continúa el Altísimo los beneficios de María
Santísima en el día cuarto.
38. Continuábanse los favores del Altísimo en
nuestra Reina y Señora con los eminentes sacramentos
33
con que el brazo poderoso la iba disponiendo para la
vecina dignidad de Madre suya. Llegó el cuarto día de
esta preparación y, en correspondencia de los precedentes,
fue a la misma hora elevada a la visión de la
Divinidad en la forma dicha abstractiva, pero con nuevos
efectos y más altas iluminaciones de aquel purísimo
espíritu. En el poder Divino y su sabiduría no hay límite ni
término; solamente se le pone nuestra voluntad con
sus obras o con la corta capacidad que tiene como
criatura finita. En María Santísima no halló el poder
Divino impedimento por parte de las obras, antes fueron
todas con plenitud de santidad y agrado del Señor,
obligándole y —como él mismo dice (Cant., 4, 9)—
hiriendo su corazón de amor. Sólo por ser María pura
criatura pudo hallar el brazo del Señor alguna tasa, pero
dentro de la esfera de pura criatura obró en ella sin tasa
ni limitación y sin medida, comunicándole las aguas de la
sabiduría, para que las bebiese purísimas y cristalinas en
la fuente de la Divinidad.
39. Manifestósele el Altísimo en esta visión con
especialísima luz y declaróle la nueva ley de gracia que
el Salvador del mundo había de fundar, con los
sacramentos que contiene y el fin para que los
establecería y dejaría en la nueva Iglesia Evangélica y
los auxilios, dones y favores que prevenía para los
hombres, con deseo de que todos fuesen salvos y se
lograse en ellos el fruto de la Redención. Y fue tanta la
sabiduría que en estas visiones deprendió María
Santísima, enseñada por el sumo Maestro, enmendador
de los sabios (Sab., 7, 15), que, si por imposible algún
hombre o ángel lo pudiera escribir, de sola la ciencia de
esta Señora se formaran más libros que cuantos se han
escrito en el mundo de todas las artes y ciencias y
facultades inventadas. Y no es maravilla, siendo la mayor
de todas en pura criatura; porque en el corazón y mente
de nuestra Princesa se derramó y explayó el océano de la
34
Divinidad que los pecados y poca disposición de las
criaturas tenían embarazado y represado en sí mismo.
Sólo se le ocultaba siempre, hasta su tiempo, que ella era
la escogida para Madre del Unigénito del Padre.
40. Entre la dulzura de esta ciencia Divina tuvo este día
nuestra Reina un amoroso pero íntimo dolor que la misma
ciencia le renovó. Conoció por parte del Altísimo los
indecibles tesoros de gracias y beneficios que prevenía
para los mortales y aquel peso de la Divinidad tan
inclinado a que todos le gozasen eternamente, y junto
con esto conoció y advirtió el mal estado del mundo y
cuán ciegamente se impedían los mortales y privaban de
la participación de la misma Divinidad. De aquí le resultó
un nuevo género de martirio con la fuerza que se dolía de
la perdición humana, y el deseo de reparar tan
lamentable ruina. Sobre esto hizo altísimas oraciones,
peticiones, ofrecimientos, sacrificios, humillaciones y
heroicos actos de amor de Dios y de los hombres, para
que ninguno, si fuera posible, se perdiese de allí
adelante y todos conociesen a su Criador y Reparador y
le confesasen, adorasen y amasen. Todo esto le pasaba
en la misma visión de la Divinidad; y porque estas
peticiones fueron al modo de otras dichas, no me alargo
en referirlas.
41. Luego le manifestó el Señor en la misma ocasión las
obras de la creación del cuarto día (Gén., 1, 14-19), y
conoció la divina princesa María cuándo y cómo fueron
formados en el firmamento los luminares del cielo para
dividir el día de la noche y para que señalasen los tiempos,
los días y los años; y para este fin tuvo ser el mayor
luminar del cielo, que es el sol, como presidente y señor
del día, y junto con él fue formada la luna, que es el
menor luminar y alumbra en las tinieblas de la noche;
cómo fueron formadas las estrellas en el octavo cielo,
para que con su brillante luz alegrasen la noche y en ella
35
y en el día presidieran con sus varias influencias. Conoció
la materia de estos orbes luminosos, su forma, sus
calidades, su grandeza, sus varios movimientos, con la
uniforme desigualdad de los planetas. Conoció el número
de las estrellas y todos los influjos que le comunican a la
tierra, a sus vivientes y no vivientes, los efectos que en
ellos causan, cómo los alteran y mueven.
42. Y no es esto contra lo que dijo el profeta, salmo 146
(Sal., 146, 4), que conoce Dios el número de las estrellas
y las llama por sus nombres; porque no niega el Santo
Rey David que puede conceder Su Majestad con su
poder infinito a la criatura por gracia lo que tiene Su
Alteza por naturaleza. Y claro está que, siendo posible
comunicar esta ciencia y redundando en mayor
excelencia de María Señora nuestra, no le había de
negar este beneficio, pues le concedió otros mayores, y
la hizo Reina y Señora de las estrellas como de las demás
criaturas. Y venía a ser este beneficio como consiguiente
al dominio y señorío que la dio sobre las virtudes, influjos
y operaciones de todos los orbes celestiales, mandando a
todos ellos la obedeciesen como a su Reina y Señora,
43. De este como precepto que puso el Señor a las
criaturas celestes y el dominio que dio a María Santísima
sobre ellas, quedó Su Alteza con tanta potestad, que si
mandara a las estrellas dejar su asiento en el cielo la
obedecieran al punto y fueran a donde esta Señora les
ordenara. Lo mismo hicieran el sol y los planetas, y todos
detuvieran su curso y movimiento, suspendieran sus
influjos y dejaran de obrar al imperio de María. Ya dije
arriba (Cf. supra n. 21) que alguna vez usaba Su Alteza
de este imperio; porque —como adelante veremos
(Cf. infra p. II n. 633, 706)— le sucedió algunas en Egipto,
donde los calores son muy destemplados, mandar al sol
que no diese su ardor tan vehemente, ni molestase ni
fatigase con sus rayos al niño Dios y Señor suyo, y le
36
obedecía el sol en esto, afligiendo y molestándola a ella,
porque así lo quería, y respetando al Sol de Justicia que
tenía en sus brazos. Lo mismo sucedía con otros planetas,
y detenía alguna vez al sol, como hablaré en su lugar.
44. Otros muchos sacramentos ocultos manifestó el
Altísimo a nuestra gran Reina en esta visión, y cuanto he
dicho y diré de todos me deja el corazón como violento,
porque puedo decir poco de lo que entiendo, y conozco
entiendo mucho menos de lo que sucedió a la divina
Señora; y muchos de sus misterios están reservados para
manifestarlos su Hijo Santísimo el día del juicio universal,
porque ahora no somos capaces de todos. Salió María
Santísima de esta visión más inflamada y transformada
en aquel objeto infinito y en sus atributos y perfecciones
que había conocido, y con el progreso de los favores
Divinos los hacía ella en las virtudes y multiplicaba los
ruegos, las ansias, fervores y los méritos con que
aceleraba la Encarnación del Verbo Divino y nuestra
salud.
Doctrina que me dio la divina Reina.
45. Carísima hija mía, quiero que hagas mucha
ponderación y aprecio de lo que has entendido que yo
hice y padecí cuando el Altísimo me dio conocimiento tan
alto de su bondad, inclinada con infinito peso a
enriquecer a los mortales, y la mala correspondencia y
tenebrosa ingratitud de parte de ellos. Cuando de
aquella liberalísima dignación descendí a conocer y
penetrar la estulta dureza de los pecadores, era
traspasado mi corazón con una flecha de mortal
amargura que me duró toda la vida. Y te quiero
manifestar otro misterio: que muchas veces el Altísimo,
para sanar la contrición y quebranto de mi corazón en
este dolor, solía responderme y me decía: Recibe tú,
Esposa mía, lo que el mundo ignorante y ciego desprecia
37
como indigno de recibirlo y conocerlo.—Y en esta
respuesta y promesa soltaba el Altísimo el corriente de
sus tesoros, que letificaban mi alma más que la
capacidad humana puede alcanzar ni toda lengua
explicar.
46. Quiero, pues, ahora que tú, amiga mía, seas mi
compañera en este dolor, tan poco advertido de los
vivientes, que yo padecí por ellos. Y para que me imites
en él y en los efectos que te causará tan justa pena,
debes negarte y olvidarte de ti misma en todo y coronar
tu corazón de espinas y dolores contra lo que hacen los
mortales. Llora tú lo que ellos se ríen y deleitan (Sab., 2,
6-9) en su eterna damnación, que éste es el oficio más
legítimo de las que son con verdad esposas de mi Hijo
Santísimo, y sólo se les permite que se deleiten en las
lágrimas que derraman por sus pecados y por los del
mundo ignorante. Prepara tu corazón con esta
disposición para que te haga el Señor participante de sus
tesoros, y esto no tanto porque tú quedes rica, cuanto
porque Su Majestad cumpla su liberal amor de comunicártelos
y justificar las almas. Imítame en todo lo que
yo te enseño, pues conoces ser ésta mi voluntad para
contigo.
CAPITULO 5
Manifiesta el Altísimo a María Santísima nuevos
misterios y sacramentos con las obras del quinto día de la
creación, y pide Su Alteza de nuevo la Encarnación del
Verbo.
47. Llegó el quinto día de la novena que la Beatísima
Trinidad celebraba en el templo de María Santísima,
para tomar en ella el Verbo Eterno nuestra forma de
hombre, y, corriendo más el velo de los ocultos secretos
de la infinita sabiduría, este día le descubrió otros de
38
nuevo, elevándola a la visión abstractiva de la Divinidad,
como en los días antecedentes que queda declarado;
pero siempre las disposiciones e iluminaciones se
renovaban con mayores rayos de luz y de carismas que
de los tesoros de la infinidad se derivaban en su alma
santísima y en sus potencias, con que la divina Señora se
iba allegando y asimilando más al ser de Dios y
transformándose más y más en él, para llegar a ser digna
Madre del mismo Dios.
48. En esta visión habló el Altísimo a la divina Reina
para manifestarla otros secretos, y mostrándosele con
increíble caricia la dijo: Esposa mía y paloma mía, en lo
escondido de mi pecho has conocido la inmensa
liberalidad a que me inclina el amor que tengo al linaje
humano y los tesoros ocultos que tengo prevenidos para
su felicidad; y puede tanto este amor conmigo, que
quiero darles a mi Unigénito para su enseñanza y
remedio. También has conocido algo de su mala
correspondencia y torpísima ingratitud y el desprecio que
hacen los hombres de mi clemencia y amor. Pero aunque
te he manifestado parte de su malicia, quiero, amiga mía,
que de nuevo conozcas en mi ser el pequeño número de
los que me han de conocer y amar como escogidos y cuán
dilatado y grande es el de los ingratos y réprobos. Estos
pecados sin número y las abominaciones de tantos
hombres inmundos y tenebrosos, que con mi ciencia infinita
tengo previstos, detienen mi liberal misericordia y
han echado candados fuertes por donde han de salir los
tesoros de mi Divinidad y hacen indigno al mundo para
recibirlos.
49. Conoció la princesa María en estas palabras del
Altísimo grandes sacramentos del número de los
predestinados y de los réprobos y también la resistencia
y óbice que causaban todos los pecados de los hombres
juntos en la mente Divina para que viniese al mundo el
39
Verbo Eterno Humanado; y admirada la prudentísima Señora
con la vista de la infinita bondad y equidad del
Criador y de la inmensa iniquidad y malicia de los
hombres, inflamada toda en la llama del Divino amor,
habló a Su Majestad y le dijo:
50. Señor mío y Dios infinito, de sabiduría y santidad
incomprensible, ¿qué misterio es éste, bien mío, que me
habéis manifestado? No tienen medida ni término las
maldades de los hombres, pues sola vuestra sabiduría las
comprende, pero todas ellas, y otras muchas y mayores,
¿pueden por ventura extinguir Vuestra bondad y amor o
competir con él? No, Señor y Dueño mío, no ha de ser así;
la malicia de los mortales no ha de detener vuestra
misericordia. Yo soy la más inútil de todo el linaje
humano, pero de su parte os pongo la demanda de
vuestra fidelidad. Verdad infalible es que faltará el cielo
y la tierra primero que la verdad de vuestras palabras
(Mt., 24, 35); y también es verdad que la tenéis dada al
mundo muchas veces por boca de vuestros profetas
santos y por la vuestra a ellos mismos que les daréis su
redentor y vuestra salud. Pues ¿cómo, Dios mío, se
dejarán dé cumplir esas promesas acreditadas con
vuestra infinita sabiduría para no ser engañado y
con vuestra bondad para no engañar al hombre? Para
hacerles esta promesa y ofrecerles su eterna felicidad
en vuestro Verbo Humanado, de parte de los mortales
no hubo merecimientos, ni os pudo obligar alguna
criatura; y si este bien se pudiera merecer, no quedara
tan engrandecida Vuestra infinita y liberal clemencia; de
solo Vos mismo Os disteis por obligado, que para hacerse
Dios hombre sólo en Dios puede haber razón que le
obligue; en solo Vos está la razón y motivo de habernos
criado, y de habernos de reparar después de caídos. No
busquéis, Dios mío y Rey Altísimo, para la Encarnación
más méritos ni más razón que Vuestra misericordia y la
exaltación de Vuestra gloria.
40
51. Verdad es, Esposa mía —respondió el Altísimo— que
por mi bondad inmensa me obligué a prometer a los
hombres me vestiría de su naturaleza y habitaría con
ellos, y que nadie pudo merecer conmigo esta promesa;
pero desmerece la ejecución el ingratísimo proceder de
los mortales, tan odioso en mi equidad y presencia, pues
cuando yo sólo pretendo el interés de su felicidad eterna
en retorno de mi amor, conozco y hallo su dureza y que
con ella han de malograr y despreciar los tesoros de mi
gracia y gloria, y su correspondencia ha de ser dando
espinas en lugar de fruto, grandes ofensas por los
beneficios y torpe ingratitud por mis largas y liberales
misericordias, y el fin de todos estos males será para
ellos la privación de mi vista en tormentos eternos.
Atiende, amiga mía, a estas verdades escritas en el
secreto de mi sabiduría y pondera estos grandes
sacramentos; que para ti patente está mi corazón, donde
conoces la razón de mi justicia.
52. No es posible manifestar los ocultos misterios que
conoció María Santísima en el Señor, porque vio en él
todas las criaturas presentes, pasadas y futuras, con el
orden que habían de tener todas las almas, las obras
buenas y malas que habían de hacer, el fin que todas
habían de tener; y si no fuera confortada con la virtud
Divina, no pudiera conservar la vida entre los efectos y
afectos que causaban en ella esta ciencia y vista de tan
recónditos sacramentos y misterios. Pero como en estos
nuevos milagros y beneficios disponía Su Majestad tan
altos fines, no era escaso sino liberalísimo con su amada
y escogida para Madre suya. Y como esta ciencia la
deprendía nuestra Reina a los pechos del mismo Dios,
con ella se derivaba el fuego de la misma caridad eterna,
que la enardecía en amor del mismo Dios y de los
prójimos; y continuando sus peticiones, dijo:
41
53. Señor y Dios eterno, invisible e inmortal, confieso
Vuestra justicia, engrandezco Vuestras obras, adoro
Vuestro ser infinito, y reverencio Vuestros juicios. Mi
corazón se resuelve todo en afectos amorosos,
conociendo Vuestra bondad sin límite para los hombres y
su pesada ingratitud y grosería para vos. Para todos
queréis, Dios mío, la vida eterna, pero serán pocos los
que agradezcan este inestimable beneficio y muchos los
que le perderán por su malicia. Si por esta parte, bien
mío, os desobligáis, perdidos somos los mortales, pero si
con vuestra ciencia Divina tenéis previstas las culpas y
malicia de los hombres que tanto os desobligan, con la
misma ciencia estáis mirando a vuestro Unigénito
Humanado y sus obras de infinito valor y aprecio en
vuestra aceptación, y éstas sobreabundan a los pecados
y sin comparación los exceden. De este hombre y Dios se
debe obligar Vuestra equidad y por él mismo dárnosle
luego a él mismo; y para pedirle otra vez en nombre del
linaje humano, yo me visto del mismo espíritu del Verbo
hecho hombre en vuestra mente y pido su ejecución y la
vida eterna por su mano para todos los mortales.
54. Represéntesele al Eterno Padre en esta petición de
María Purísima —a nuestro modo de hablar— cómo su
Unigénito había de bajar al virginal vientre de esta gran
Reina, y rindiéronle sus amorosos y humildes ruegos. Y
aunque siempre se le mostraba indeciso, era industria de
su regalado amor para oír más la voz de su querida y que
sus labios dulces destilaran miel suavísima y sus emisiones
fuesen del paraíso (Cant., 4, 11-13). Y para más
alargar esta regalada contienda, la respondió el Señor:
Esposa mía dulcísima y mi paloma electa, mucho es lo
que me pides y muy poco lo que los hombres me obligan,
pues ¿cómo a los indignos se ha de conceder tan raro
beneficio? Déjame, amiga mía, que los trate conforme su
mala correspondencia.—Respondía nuestra poderosa y
piadosa Abogada: No, Dueño mío, no os dejaré con mi
42
porfía; si mucho es lo que pido, a vos lo pido, que sois rico
en misericordias, poderoso en las obras, verdadero en las
palabras. Mi padre (Santo Rey) David dijo de Vos y del
Verbo eterno (Sal., 109, 4): Juró el Señor y no le pesará de
haber jurado; tú eres sacerdote según el orden de
Melquisedec. Venga, pues, este Sacerdote que
juntamente ha de ser sacrificio por nuestro rescate,
venga, pues no os puede pesar de la promesa, porque no
prometéis con ignorancia; dulce amor mío, vestida estoy
de la virtud de este Hombre-Dios, no cesará mi porfía si
no me dais la bendición como a mi padre Jacob (Gén., 32,
26).
55. Fuele preguntado a nuestra Reina y Señora en esta
lucha divina, como a Jacob, cuál era su nombre. Dijo:
Hija soy de Adán, fabricada por Vuestras manos de la
materia humilde del polvo.— Y el Altísimo la respondió:
De hoy más será tu nombre la escogida para Madre del
Unigénito.—Pero estas últimas palabras entendiéronlas
los cortesanos del Cielo, y a ella se le ocultaron hasta su
tiempo, percibiendo sola la razón de escogida. Y
habiendo perseverado esta contienda amorosa el tiempo
que disponía la sabiduría Divina y que convenía para
enardecer el fervoroso corazón de la escogida, toda la
Santísima Trinidad dio su real palabra a María Purísima
nuestra Reina que luego enviaría al mundo el Verbo
Eterno hecho hombre. Con este fíat, alegre y llena de
incomparable júbilo, pidió la bendición y se la dio el
Altísimo. Salió esta mujer fuerte victoriosa más que Jacob
de luchar con Dios, porque ella quedó rica, fuerte y llena
de despojos y el herido y enflaquecido —a nuestro modo
de entender— fue el mismo Dios, quedando ya rendido
del amor de esta Señora para vestirse en su sagrado
tálamo de la flaqueza humana de nuestra carne pasible,
en que disimulase y encubriese la fortaleza de su
divinidad para vencer siendo vencido y darnos la vida
con su muerte. Vean y conozcan los mortales cómo María
43
Santísima es la causa de su salud después de su
benditísimo Hijo.
56. Luego en esta misma visión se le manifestaron a
nuestra gran Reina las obras del quinto día (Gén., 1, 20-
23) de la creación del mundo en la misma forma que
sucedieron; y conoció cómo con la fuerza de la Divina
palabra fueron engendrados y producidos de las aguas
de de debajo del firmamento los imperfectos animales
reptiles que andan sobre la tierra, volátiles que corren
por el aire y los natátiles que discurren y habitan en las
aguas; y de todas estas criaturas conoció el principio,
materia, forma y figura en su género, todas las especies
de estos animales silvestres, sus condiciones,
calidades, utilidades y armonía; las aves del cielo —que
así llamamos el aire— con la variedad y forma de cada
especie, su adorno, sus plumas, su ligereza; los
innumerables peces del mar y de los ríos, la diferencia de
ballenas, su compostura, calidades, cavernas, alimento
que les administra el mar, los fines para que sirven, la
forma y utilidad que cada una tiene en el mundo. Y Su
Majestad mandó singularmente a todo este ejército de
criaturas que reconociesen y obedeciesen a María
Santísima, dándola potestad para que a todas las
mandase y de ellas se sirviese; como sucedió en muchas
ocasiones, de que diré algunas en sus lugares (Cf. infla n.
185, 431, 636; p. III n. 372). Y con esto salió de la visión de
este día, y le ocupó en los ejercicios y peticiones que la
mandó el Señor.
Doctrina que me dio la divina Señora.
57. Hija mía, el más copioso conocimiento de las obras
maravillosas que hizo conmigo el brazo del Altísimo,
para levantarme con las visiones de la Divinidad
abstractivas a la dignidad de Madre, está reservado para
que los predestinados lo conozcan en la celestial
44
Jerusalén. Allí lo entenderán y verán en el mismo Señor
con especial gozo y admiración, como la tuvieron los
ángeles cuando el Altísimo se lo manifestaba, por lo que
le magnificaban y alababan. Y porque en este beneficio
se ha mostrado Su Majestad contigo entre todas las
generaciones tan liberal y amoroso, dándote la noticia y
luz que de estos sacramentos tan ocultos recibes, quiero,
amiga mía, que sobre todas las criaturas te señales en
alabar y engrandecer su Santo Nombre por lo que la
potencia de su brazo obró conmigo.
58. Y luego debes atender con todo tu cuidado a
imitarme en las obras que yo hacía con estos grandes y
admirables favores. Pide y clama por la salud eterna de
tus hermanos y para que el hombre de mi Hijo sea
engrandecido y conocido de todo el mundo. Y para estas
peticiones has de llegar con una constante
determinación, fundada en fe viva y en segura confianza,
sin perder de vista tu miseria, con profunda humildad y
abatimiento. Con esta prevención has de pelear con el
mismo amor divino por el bien de tu pueblo, advirtiendo
que sus victorias más gloriosas es dejarse vencer de los
humildes que con rectitud le aman; levántate a ti sobre ti
y dale gracias por tus especiales beneficios y por los del
linaje humano y convertida a este divino amor merecerás
recibir otros de nuevo para ti y tus hermanos; y pide al
Señor su bendición siempre que te hallares en su Divina
presencia.
CAPITULO 6
Manifiesta el Altísimo a María Señora nuestra otros
misterios con las obras del día sexto de la creación.
59. Perseveraba el Altísimo en disponer de próximo a
nuestra divina Princesa para recibir el Verbo Eterno en su
virginal vientre, y ella continuaba sin intervalo sus
45
fervientes afectos y oraciones para que viniese al mundo;
y llegando la noche del día sexto de los que voy
declarando, con la misma voz y fuerza que arriba dije (Cf.
supra n.6), fue llamada y llevada en espíritu y,
precediendo más intensos grados de iluminaciones, se le
manifestó la Divinidad con visión abstractiva con el orden
que otras veces, pero siempre con efectos más divinos y
conocimiento de los atributos del Altísimo más profundo.
Gastaba nueve horas en esta oración y salía de ella a la
hora de tercia. Y aunque cesaba entonces aquella
levantada visión del ser de Dios, no por eso se despedía
María Santísima de su vista y oración, antes quedaba en
otra, que si respecto de la que dejaba era inferior, pero
absolutamente era altísima y mayor que la suprema de
todos los santos y justos. Y todos estos favores y dones
eran más deificados en los días últimos y próximos a la
Encarnación, sin que para esto la impidiesen las
ocupaciones activas de su estado, porque allí no se
querellaba Marta que María la dejaba sola en sus ministerios
(Lc., 10, 40).
60. Habiendo conocido la Divinidad en aquella visión,
se le manifestaron luego las obras del día sexto de la
creación del mundo (Gén., 1, 24-31), como si se hallara
presente. Conoció en el mismo Señor cómo a su Divina
Palabra produjo la tierra el ánima viviente en su género,
según lo dice (Santo Profeta y Legislador) Moisés;
entendiendo por este nombre los animales terrestres que
por más perfectos que los peces y aves en las operaciones
y vida animal se llaman por la parte principal
ánima viviente. Conoció y penetró todos estos géneros y
especies de animales que fueron criados en este sexto
día; y cómo se llamaban unos jumentos, por lo que sirven
y ayudan a los hombres, otros bestias, como más fieros y
silvestres, otros reptiles, porque se levantan de la tierra
poco o nada, y de todos conoció y alcanzó las calidades,
iras, fuerzas, ministerios, fines y todas sus condiciones
46
distinta y singularmente. Sobre todos estos animales se le
dio imperio y dominio, y a ellos precepto que la
obedeciesen; y pudiera sin recelo hollar y pisar sobre el
áspid y basilisco, que todos se rindieran a sus plantas, y
muchas veces lo hicieron a su mandato algunos animales,
como sucedió en el nacimiento de su Hijo Santísimo, que
el buey y la jumentilla se postraron y calentaron con su
aliento al niño Dios, porque se lo mandó la divina Madre.
61. En esta plenitud de ciencia conoció y entendió
nuestra divina Reina con suma perfección el oculto modo
de encaminar Dios todo lo que criaba para servicio y
beneficio del género humano, y en la deuda en que por
este beneficio quedaba a su Hacedor. Y fue
convenientísimo que María Santísima tuviese este género
de sabiduría y comprensión, para que con ella diese el
retorno de agradecimiento digno de tales beneficios,
cuando ni los hombres ni los ángeles no lo dieron,
faltando a la debida correspondencia o no llegando a
todo lo que debían las criaturas. Todos estos vacíos llenó
la Reina de todas ellas y satisfizo por lo que nosotros no
podíamos o no quisimos. Y con la correspondencia que
ella dio, dejó como satisfecha a la equidad divina,
mediando entre ella y las criaturas, y por su inocencia y
agradecimiento se hizo más aceptable que todas ellas, y
el Altísimo se dio por más obligado de sola María
Santísima que de todo el resto de las demás criaturas.
Por este modo tan misterioso se iba disponiendo la
venida de Dios al mundo, porque se removía el óbice con
la santidad de la que había de ser su Madre.
62. Después de la creación de todas las criaturas
incapaces de razón, conoció en la misma visión cómo
para complemento y perfección del mundo dijo la
beatísima Trinidad: Hagamos al hombre a imagen y
semejanza nuestra (Gén, 1, 26); y cómo con la virtud de
este divino decreto fue formado el primer hombre de
47
tierra para origen de los demás. Conoció profundamente
la armonía del cuerpo humano y el alma y sus potencias,
creación e infusión en el cuerpo, la unión que con él tiene
para componer el todo; y en la fábrica del cuerpo humano
conoció todas las partes singularmente, el número
de los huesos, venas, arterias, nervios y ligación con el
concurso de los cuatro humores en el temperamento
conveniente, la facultad de alimentarse, alterarse,
nutrirse y moverse localmente y cómo por la desigualdad
o mutación de toda esta armonía se causaban las
enfermedades y cómo se reparaban. Todo lo entendió y
penetró sin engaño nuestra prudentísima Virgen más que
todos los filósofos del mundo y más que los mismos
ángeles.
63. Manifestóle asimismo el Señor el feliz estado de la
justicia original en que puso a nuestros primeros padres
Adán y Eva, y conoció las condiciones, hermosura y
perfección de la inocencia y de la gracia, y lo poco que
perseveraron en ella; entendió el modo cómo fueron
tentados y vencidos con la astucia de la serpiente y los
efectos que hizo el pecado, el furor y el odio de los
demonios contra el linaje humano. A la vista de todos
estos objetos hizo nuestra Reina grandes y heroicos actos
de sumo agrado para el Altísimo: reconoció ser hija de
aquellos primeros padres, descendiente de una
naturaleza tan ingrata a su Criador y en este
conocimiento se humilló en la divina presencia, hiriendo
el corazón de Dios y obligándole a que la levantase sobre
todo lo criado. Tomó por su cuenta llorar aquella primera
culpa con todas las demás que de ella resultaron, como si
de todas fuera ella la delincuente. Por esto se pudo ya
llamar "feliz culpa" (Pregón pascual de la liturgia del
Sábado Santo) a aquella que mereció ser llorada con tan
preciosas lágrimas en la estimación del Señor, que
comenzaron a ser fiadoras y prenda cierta de nuestra
redención.
48
64. Rindió dignas gracias al Criador por la ostentosa
obra de la creación del hombre. Consideró atentamente
su desobediencia y la seducción y engaño de Eva, y en su
mente propuso la perpetua obediencia que aquellos
primeros padres negaron a su Dios y Señor; y fue tan
acepto en sus ojos este rendimiento, que ordenó Su Majestad
se cumpliese y ejecutase este día en presencia de
los cortesanos del cielo la verdad figurada en la historia
del rey Asuero, de quien fue reprobada la reina Vasti y
privada de la dignidad real por su desobediencia, y en su
lugar fue levantada por reina la humilde y graciosa Ester
(Est., 2, 1ss.).
65. Correspondíanse en todo estos misterios con
admirable consonancia. Porque el sumo y verdadero Rey,
para ostentar la grandeza de su poder y tesoros de su
divinidad, hizo el gran convite de la creación y, prevenida
la mesa franca de todas las criaturas, llamó al convidado,
el linaje humano, en la creación de sus primeros padres.
Desobedeció Vasti, nuestra madre Eva, mal rendida al
divino precepto, y con aprobación y admirable alabanza
de los ángeles mandó el verdadero Asuero en este día
que fuese levantada a la dignidad de Reina de todo lo
criado la humildísima Ester, María Santísima, llena de
gracia y hermosura, escogida entre todas las hijas del
linaje humano para su Restauradora y Madre de su
Criador.
66. Y para la plenitud de este misterio infundió el
Altísimo en el corazón de nuestra Reina en esta visión
nuevo aborrecimiento con el demonio, como le tuvo Ester
con Aman, y así sucedió que le derribó de su privanza,
digo, del imperio y mando que tenía en el mundo, y le
quebrantó la cabeza de su soberbia, llevándole hasta el
patíbulo de la cruz, donde él pretendió destruir y vencer
al Hombre-Dios, para que allí fuese castigado y vencido;
49
que en todo intervino María Santísima, como diremos en
su lugar (Cf. infra n. 1364). Y así como la enemiga de este
gran dragón comenzó desde el cielo contra la mujer que
vio en él vestida del sol, que dijimos era esta divina
Señora (Cf. supra p. 1 n. 95), así también duró la
contienda hasta que por ella fue privado de su tirano
dominio; y como en lugar de Amán soberbio fue honrado
el fidelísimo Mardoqueo, así fue puesto el castísimo y
fidelísimo José que cuidaba de la salud de nuestra
divina Ester y continuamente la pedía rogase por la
libertad de su pueblo —que éstas eran las continuas
pláticas del Santo José y de su esposa purísima— y por
ella fue levantado a la grandeza de santidad que alcanzó
y a tan excelente dignidad, que le dio el supremo Rey el
anillo de su sello, para que con él mandase al mismo Dios
humanado, que le estaba sujeto, como dice el Evangelio
(Lc., 2, 51). Con esto, salió de esta visión nuestra Reina.
Doctrina que me dio la divina Señora.
67. Admirable fue, hija mía, este don de la humildad
que me concedió el Altísimo en este suceso que has
escrito; y pues no desecha Su Majestad a quien le llama,
ni su favor se niega al que se dispone a recibirlo, quiero
que tú me imites y seas mi compañera en el ejercicio de
esta virtud. Yo no tenía parte en la culpa de Adán, que fui
exenta de su inobediencia, mas porque tuve parte de su
naturaleza, y por sola ella era hija suya, me humillé hasta
aniquilarme en mi estimación. Pues con este ejemplo
¿hasta dónde se debe humillar quien tuvo parte no sólo
en la primera culpa, pero después ha cometido otras sin
número? Y el motivo y fin de este humilde conocimiento,
no ha de ser tanto remover la pena de estas culpas,
cuanto restaurar y recompensar la honra que en ellas se
le quitó y negó al Criador y Señor de todos.
68. Si un hermano tuyo ofendiera gravemente a tu padre
50
natural, no fueras tú hija agradecida y leal de tu padre,
ni hermana verdadera de tu hermano, si no te dolieras de
la ofensa y lloraras como propia la ruina, porque al padre
se debe toda reverencia y al hermano debes el amor
como a ti misma; pues considera, carísima, y examina con
la luz verdadera cuánta diferencia hay de vuestro Padre
que está en los cielos al padre natural y que todos sois
hijos suyos y unidos con vínculo de estrecha
obligación de hermanos y siervos de un Señor
verdadero; y como te humillarías y llorarías con grande
confusión y vergüenza, si tus hermanos naturales cometieran
alguna culpa afrentosa, así quiero que lo hagas
por las que cometen los mortales contra Dios, doliéndote
con vergüenza como si a ti te las atribuyeras. Esto fue lo
que yo hice conociendo la inobediencia de Adán y Eva y
los males que de ella se siguieron al linaje humano; y se
complació el Altísimo de mi reconocimiento y caridad,
porque es muy agradable a sus ojos el que llora los pecados
de que se olvida quien los comete.
69. Junto con esto, estarás advertida que por grandes y
levantados que sean los favores que recibes del Altísimo,
no por esto te descuides del peligro, ni tampoco
desprecies el acudir y descender a las obras de
obligación y de caridad. Y esto no es dejar a Dios; pues la
fe te enseña y la luz te gobierna para que le lleves
contigo en toda ocupación y lugar y sólo te dejes a ti
misma y a tu gusto por cumplir el de tu Señor y esposo.
No te dejes llevar en estos afectos del peso de la
inclinación, ni de la buena intención y gusto interior, que
muchas veces se encubre con esta capa el mayor peligro;
y en estas dudas o ignorancias siempre sirve de contraste
y de maestro la obediencia santa, por la que gobernarás
tus acciones seguramente sin hacer otra elección, porque
están vinculadas grandes victorias y progresos de
merecimientos al verdadero rendimiento y sujeción del
dictamen propio al ajeno. No has de tener jamás querer o
51
no querer, y con eso cantarás victorias (Prov., 21, 28) y
vencerás los enemigos.
CAPITULO 7
Celebra el Altísimo con la Princesa del cielo nuevo
desposorio para las bodas de la encarnación y adórnala
para ellas.
70. Grandes son las obras del Altísimo (Sal., 110, 2),
porque todas fueron y son hechas con plenitud de ciencia
y de bondad, en equidad y mesura (Sap., 11, 21).
Ninguna es manca, inútil ni defectuosa, superflua ni vana;
todas son exquisitas y magníficas, como el mismo Señor
que con la medida de su voluntad quiso hacerlas y
conservarlas, y las quiso como convenían, para ser en
ellas conocido y magnificado. Pero todas las obras de
Dios ad extra, fuera del misterio de la Encarnación,
aunque son grandes, estupendas y admirables, y más
admirables que comprensibles, no son más de una
pequeña centella (Eclo., 42, 23) despedida del inmenso
abismo de la divinidad. Sólo este gran sacramento de
hacerse Dios hombre pasible y mortal es la obra grande
de todo el poder y sabiduría infinita y la que excede sin
medida a las demás obras y maravillas de su brazo
poderoso; porque en este misterio, no una centella de la
divinidad, pero todo aquel volcán del infinito incendio,
que Dios es, bajó y se comunicó a los hombres,
juntándose con indisoluble y eterna unión a nuestra
terrena y humana naturaleza.
71. Si esta maravilla y sacramento del Rey se ha de
medir con su misma grandeza, consiguiente era que la
mujer, de cuyo vientre había de tomar forma de hombre,
fuese tan perfecta y adornada de todas sus riquezas, que
nada le faltase de los dones y gracias posibles y que
todas fuesen tan llenas, que ninguna padeciese mengua
52
ni defecto alguno. Pues como esto era puesto en razón y
convenía a la grandeza del Omnipotente, así lo cumplió
con María Santísima, mejor que el rey Asuero con la
graciosa Ester, para levantarla al trono de su grandeza.
Previno el Altísimo a nuestra Reina María con tales
favores, privilegios y dones nunca imaginados de las
criaturas, que cuando salió a vista de los cortesanos de
este gran Rey de los siglos inmortal (1 Tim., 1, 17),
conocieron todos y alabaron el poder Divino y que, si
eligió una mujer para Madre, pudo y supo hacerla digna
para hacerse Hijo suyo.
72. Llegó el día séptimo y vecino de este misterio y, a la
misma hora que en los pasados he dicho, fue llamada y
elevada en espíritu la divina Señora, pero con una
diferencia de los días precedentes; porque en éste fue
llevada corporalmente por mano de sus santos ángeles al
cielo empíreo, quedando en su lugar uno de ellos que la
representase en cuerpo aparente. Puesta en aquel
supremo cielo, vio la Divinidad con abstractiva visión
como otros días, pero siempre con nueva y mayor luz y
misterios más profundos, que aquel objeto voluntario
sabe y puede ocultar y manifestar. Oyó luego una voz que
salía del trono real, y decía: Esposa y paloma electa,
ven, graciosa y amada nuestra, que hallaste gracia en
nuestros ojos y eres escogida entre millares y de nuevo
te queremos admitir por nuestra Esposa única, y para
esto queremos darte el adorno y hermosura digna de
nuestros deseos.
73. A esta voz y razones, la humildísima entre los
humildes se abatió y aniquiló en la presencia del
Altísimo, sobre todo lo que alcanza la humana
capacidad, y toda rendida al beneplácito divino, con
agradable encogimiento respondió: Aquí está, Señor, el
polvo, aquí este vil gusanillo, aquí está la pobre esclava
vuestra, para que se cumpla en ella vuestro mayor
53
agrado. Servios, bien mío, del instrumento humilde de
vuestro querer, gobernadle con vuestra diestra.—Mandó
luego el Altísimo a dos serafines, de los más allegados al
trono y excelentes en dignidad, que asistiesen a aquella
divina mujer, y acompañados de otros se pusieron en
forma visible al pie del trono, donde estaba María
Santísima más inflamada que todos ellos en el amor
divino.
74. Era espectáculo de nueva admiración y júbilo para
todos los espíritus angélicos ver en aquel lugar celestial,
nunca hollado de otras plantas, una humilde doncella
consagrada para Reina suya y más inmediata al mismo
Dios entre todas las criaturas, ver en el cielo tan
apreciada y valorada aquella mujer (Prov., 31,10) que
ignoraba el mundo y como no conocida la despreciaba,
ver a la naturaleza humana con las arras y principio de
ser levantada sobre los coros celestiales y ya interpuesta
en ellos. ¡Oh qué santa y dulce emulación pudiera
causarles esta peregrina maravilla a los cortesanos
antiguos de la superior Jerusalén! ¡Oh qué conceptos
formaban en alabanza del Autor! ¡Oh qué afectos de
humildad repetían, sujetando sus elevados
entendimientos a la voluntad y ordenación divina!
Reconocían ser justo y santo que levante a los humildes y
que favorezca a la humana humildad y la adelante a la
angélica.
75. Estando en esta loable admiración los moradores
del cielo, la beatísima Trinidad —a nuestro bajo modo de
entender y de hablar— confería entre sí misma cuán
agradable era en sus ojos la princesa María, cómo había
correspondido perfecta y enteramente a los beneficios y
dones que se le habían fiado, cuánto con ellos había
granjeado la gloria que adecuadamente daba al mismo
Señor y cómo no tenía falta ni defecto, ni óbice para la
dignidad de Madre del Verbo para que era destinada. Y
54
junto con esto, determinaron las tres divinas personas
que fuese levantada esta criatura al supremo grado de
gracia y amistad del mismo Dios, que ninguna otra pura
criatura había tenido ni tendrá jamás, y en aquel instante
la dieron a ella sola más que tenían todas juntas. Con
esta determinación la Beatísima Trinidad se complació y
agradó de la santidad suprema de María, como ideada y
concebida en su mente Divina.
76. Y en correspondencia de esta santidad y en su
ejecución, y en testimonio de la benevolencia con que el
mismo Señor la comunicaba nuevas influencias de su
divina naturaleza, ordenó y mandó que fuese María
Santísima adornada visiblemente con una vestidura y
joyas misteriosas, que señalasen los dones interiores de
las gracias y privilegios que le daban como a Reina y
Esposa. Y aunque este adorno y desposorio se le concedió
otras veces, como queda dicho (Cf. supra p. I n. 435),
cuando fue presentada al templo, pero en esta ocasión
fue con circunstancias de nueva excelencia y admiración,
porque servía de más próxima disposición para el
milagro de la Encarnación.
77. Vistieron luego los dos Serafines por mandado del
Señor a María Santísima una tunicela o vestidura larga,
que como símbolo de su pureza y gracia era tan hermosa
y de tan rara candidez y belleza refulgente, que sólo un
rayo de luz de los que sin número despedía, si apareciera
al mundo, le diera mayor claridad sólo él que todo el
número de las estrellas si fueran soles; porque en su
comparación toda la luz que nosotros conocemos
pareciera oscuridad. Al mismo tiempo que la vestían los
serafines, le dio el Altísimo profunda inteligencia de la
obligación en que la dejaba aquel beneficio de
corresponder a Su Majestad con la fidelidad y amor y con
un alto y excelente modo de obrar, que en todo conocía,
pero siempre se le ocultaba el fin que tenía el Señor de
55
recibir carne en su virginal vientre. Todo lo demás
reconocía nuestra gran Señora, y por todo se humillaba
con indecible prudencia y pedía el favor divino para
corresponder a tal beneficio y favor.
78. Sobre la vestidura la pusieron los mismos
serafines una cintura, símbolo del temor santo que se le
infundía; era muy rica, como de piedras varias en
extremo refulgentes, que la agraciaban y hermoseaban
mucho. Y al mismo tiempo la fuente de la luz que tenía
presente la divina Princesa la iluminó e ilustró para que
conociese y entendiese altísimamente las razones por
que debe ser temido Dios de toda criatura. Y con este
don de temor del Señor quedó ajustadamente ceñida,
como convenía a una criatura pura que tan familiarmente
había de tratar y conversar con el mismo Criador, siendo
verdadera Madre suya.
79. Conoció luego que la adornaban de hermosísimos
y dilatados cabellos recogidos con un rico apretador, y
ellos eran más brillantes que el oro subido y refulgente. Y
en este adorno entendió se le concedía que todos sus
pensamientos toda la vida fuesen altos y divinos,
inflamados en subidísima caridad, significada por el oro.
Y junto con esto se le infundieron de nuevo hábitos de
sabiduría y ciencia clarísima, con que quedasen ceñidos
y recogidos varia y hermosamente estos cabellos en una
participación inexplicable de los atributos de ciencia y
sabiduría del mismo Dios. Concediéronla también para
sandalias o calzado que todos los pasos y movimientos
fuesen hermosísimos (Cant., 7, 1) y encaminados siempre
a los más altos y santos fines de la gloria del Altísimo. Y
cogieron este calzado con especial gracia de solicitud y
diligencia en el bien obrar para con Dios y con los
prójimos, al modo que sucedió cuando con festinación fue
a visitar a Santa Isabel y San Juan (Lc., 1, 39); con que
esta hija del Príncipe (Cant., 7, 1) salió hermosísima en
56
sus pasos.
80. Las manos las adornaban con manillas, infundiéndola
nueva magnanimidad para obras grandes, con
participación del atributo de la magnificencia, y así las
extendió siempre para cosas fuertes (Prov., 31, 19). En los
dedos la hermosearon con anillos, para que con los
nuevos dones del Espíritu Divino en las cosas menores o
en materias más inferiores obrase superiormente con
levantado modo, intención y circunstancias, que hiciesen
todas sus obras grandiosas y admirables. Añadieron
juntamente a esto un collar o banda que le pusieron lleno
de inestimables y brillantes piedras preciosas y
pendiente una cifra de tres más excelentes, que en las
tres virtudes fe, esperanza y caridad correspondía a
las tres divinas personas. Renováronle con este
adorno los hábitos de estas nobilísimas virtudes para el
uso que de ellas había menester en los misterios de la
Encarnación y Redención.
81. En las orejas le pusieron unas arracadas de oro con
gusanillos de plata (Cant., 1, 10), preparando sus oídos
con este adorno para la embajada que luego había de oír
del Santo Arcángel Gabriel, y se le dio especial ciencia
para que la oyese con atención y respondiese con
discreción, formando razones prudentísimas y agradables
a la voluntad divina; y en especial para que del metal
sonoro y puro de la plata de su candidez resonase en los
oídos del Señor y quedasen en el pecho de la divinidad
aquellas deseadas y sagradas palabras: Fiat mihi
secundum verbum tuum (Lc., 1, 38).
82. Sembraron luego la vestidura de unas cifras que
servían como de realces o bordaduras de finísimos
matices y oro, que algunas decían: María, Madre de Dios,
y otras, María, Virgen y Madre; mas no se le manifestaron
ni descifraron entonces estas cifras misteriosas a ella
57
sino a los ángeles santos; y los matices eran los hábitos
excelentes de todas las virtudes en eminentísimo grado y
los actos que a ellas correspondían sobre todo lo que han
obrado todas las demás criaturas intelectuales. Y para
complemento de toda esta belleza la dieron por agua de
rostro muchas iluminaciones y resplandores, que se
derivaron en esta divina Señora de la vecindad y
participación del infinito ser y perfecciones del mismo
Dios; que para recibirle real y verdaderamente en su
vientre virginal, convenía haberle recibido por gracia en
el sumo grado posible a pura criatura.
83. Con este adorno y hermosura quedó nuestra princesa
María tan bella y agradable, que pudo el Rey supremo
codiciarla (Sal., 44, 12). Y por lo que en otras partes he
dicho de sus virtudes (Cf. supra p. I n. 226-235, 482-611), y
será forzoso repetir en toda esta divina Historia, no me
detengo más en explicar este adorno, que fue con nuevas
condiciones y efectos más divinos. Y todo cabe en el
poder infinito y en el inmenso campo de la perfección y
santidad, donde siempre hay mucho que añadir y entender
sobre lo que nosotros alcanzamos a conocer. Y
llegando a este mar de María Purísima, quedamos
siempre muy a las márgenes de su grandeza; y mi
entendimiento de lo que ha conocido queda siempre con
gran preñez de conceptos que no puede explicar.
Doctrina que me dio la Reina santísima María.
84. Hija mía, las ocultas oficinas y recámaras del
Altísimo son de Rey divino y Señor omnipotente y por esto
son sin medida y número las ricas joyas que en ellas tiene
para componer el adorno de sus esposas y escogidas. Y
como enriqueció mi alma, pudiera hacer lo mismo con
otras innumerables y siempre le sobrara infinito. Y
aunque a ninguna otra criatura dará tanto su liberal
mano como me concedió a mí, no será porque no puede o
58
no quiere, sino porque ninguna se dispondrá para la
gracia como yo lo hice; pero con muchas es liberalísimo
el Todopoderoso y las enriquece grandemente, porque le
impiden menos y se disponen más que otras.
85. Yo deseo, carísima, que no pongas impedimento al
amor del Señor para ti, antes quiero te dispongas para
recibir los dones y preseas con que te quiere prevenir,
para que seas digna de su tálamo de esposo. Y advierte
que todas las almas justas reciben este adorno de su
mano, pero cada una en su grado de amistad y gracia de
que se hace capaz. Y si tú deseas llegar a los más
levantados quilates de esta perfección y estar digna de
la presencia de tu Señor y Esposo, procura crecer y ser
robusta en el amor; pero éste crece, cuando crece la
negación y mortificación. Todo lo terreno has de negar y
olvidar y todas tus inclinaciones a ti misma y a lo visible
se han de extinguir en ti, y sólo en el amor divino has de
crecer y adelantarte. Lávate y purifícate en la sangre de
Cristo tu reparador y aplícate este lavatorio muchas
veces, repitiendo el amoroso dolor de la contrición de tus
culpas. Con esto hallarás gracia en sus ojos y tu hermosura
le será de codicia y tu adorno estará lleno de
toda perfección y pureza.
86. Y habiendo tú sido tan favorecida y señalada del
Señor en estos beneficios, razón es que sobre muchas
generaciones seas agradecida y con incesante alabanza
le engrandezcas por lo que contigo se ha dignado. Y si
este vicio de la ingratitud es tan feo y reprensible en las
criaturas que menos deben, cuando luego como terrenas
y groseras olvidan con desprecio los beneficios del Señor,
mayor será la culpa de esta villanía en tus obligaciones.
Y no te engañes con pretexto de humillarte, porque hay
mucha diferencia entre la humildad agradecida y la
ingratitud humillada con engaño; y debes advertir que
muchas veces hace grandes favores el Señor a los in59
dignos, para manifestar su bondad y grandeza y para
que no se alce nadie con ellos, conociendo su propia
indignidad, que ha de ser de contrapeso y triaca contra
el veneno de la presunción; pero siempre se compadece
con esto el agradecimiento, conociendo que todo don
perfecto es y viene del Padre de las lumbres (Sant., 1, 17)
y nunca por sí le pudo merecer la criatura, sino que se le
da por sola su bondad, con que debe quedar rendida y
cautiva del agradecimiento.
CAPITULO 8
Pide nuestra gran Reina en la presencia del Señor la
ejecución de la Encarnación y Redención humana y
concede Su Majestad la petición.
87. Estaba la divina princesa María Santísima tan llena
de gracia y hermosura y el corazón de Dios estaba tan
herido (Cant., 4, 9) de sus tiernos afectos y deseos, que
ya ellos le obligaban a volar del seno del eterno Padre al
tálamo de su virginal vientre y a romper aquella larga
remora que le detenía por más de cinco mil años para no
venir al mundo. Pero como esta nueva maravilla se había
de ejecutar con plenitud de sabiduría y equidad,
dispúsola el Señor de tal suerte, que la misma Princesa
de los cielos fuese Madre digna del Verbo humanado y
juntamente medianera eficaz de su venida, mucho más
que lo fue Ester del rescate de su pueblo. Ardía en el
corazón de María Santísima el fuego que el mismo Dios
había encendido en él, y pedía sin cesar su salud para el
linaje humano, pero encogíase la humildísima Señora,
sabiendo que por el pecado de Adán estaba promulgada
la sentencia de muerte y privación eterna de la cara de
Dios para los mortales.
88. Entre el amor y la humildad había una divina lucha
en el corazón purísimo de María, y con amorosos y
60
humildes afectos repetía muchas veces: ¡Oh quién fuera
poderosa para alcanzar el remedio de mis hermanos! ¡Oh
quién sacara del seno del Padre a su Unigénito y le
trasladara a nuestra mortalidad! ¡Oh quién le obligara
para que a nuestra naturaleza le diera aquel ósculo de su
boca (Cant., 1, 1) que le pidió la Esposa! Pero ¿cómo lo
podemos solicitar los mismos hijos y descendientes del
malhechor que cometió la culpa? ¿Cómo podremos traer
a nosotros al mismo que nuestros padres alejaron tanto?
¡Oh amor mío, si yo os viese a los pechos de vuestra
madre (Cant., 8, 1) la naturaleza! ¡Oh lumbre de la
lumbre, Dios verdadero de Dios verdadero, si
descendieseis inclinando vuestros cielos (Sal., 143, 5) y
dando luz a los que viven de asiento en las tinieblas (Is.,
9, 2)! ¡Si pacificaseis a vuestro Padre, y si al soberbio
Amán (Est., 14, 13), nuestro enemigo el demonio, le derribase
vuestro divino brazo, que es vuestro Unigénito!
¿Quién será medianera para que saque del altar
celestial, como la tenaza de oro (Is., 6, 6), aquella brasa
de la Divinidad, como el Serafín sacó el fuego que nos
dice vuestro profeta, para purificar al mundo?
89. Esta oración repetía María Santísima en el día
octavo de los que voy declarando, y a la hora de media
noche, elevada y abstraída en el Señor, oyó que Su
Majestad la respondía: Esposa y paloma mía, ven,
escogida mía, que no se entiende contigo la común ley
(Est., 15, 13); exenta eres del pecado y libre estás de sus
efectos desde el instante de tu concepción; y cuando te di
el ser, desvió de ti la vara de mi justicia y derribé en tu
cuello la de mi gran clemencia, para que no se
extendiese a ti el general edicto del pecado. Ven a mí, y
no desmayes en tu humildad y conocimiento de tu
naturaleza; yo levanto al humilde, y lleno de riquezas al
que es pobre; de tu parte me tienes y favorable será
contigo mi liberal misericordia.
61
90. Estas palabras oyó intelectualmente nuestra Reina,
y luego conoció que por mano de sus Santos Ángeles era
llevada corporalmente al cielo, como el día precedente, y
que en su lugar quedaba uno de los mismos de su
guarda. Subió de nuevo a la presencia del Altísimo, tan
rica de tesoros de su gracia y dones, tan próspera y tan
hermosa, que singularmente en esta ocasión admirados
los espíritus soberanos decían unos a otros en alabanza
del Altísimo: ¿Quién es ésta, que sube del desierto tan
afluente de delicias? (Cant., 8, 5) ¿Quién es ésta que
estriba y hace fuerza a su amado (Ib.), para llevarle
consigo a la habitación terrena? ¿Quién es la que se
levanta como aurora, más hermosa que la luna, escogida
como el sol (Cant., 6, 9)? ¿Cómo sube tan refulgente de la
tierra llena de tinieblas? ¿Cómo es tan esforzada y
valerosa en tan frágil naturaleza? ¿Cómo tan poderosa,
que quiere vencer al Omnipotente? Y ¿cómo estando
cerrado el cielo a los hijos de Adán, se le franquea la
entrada a esta singular mujer de aquella misma
descendencia?
91. Recibió el Altísimo a su electa y única esposa María
Santísima en su presencia, y aunque no fue por visión
intuitiva de la Divinidad sino abstrativa, pero fue con
incomparables favores de iluminaciones y purificaciones
que el mismo Señor la dio, cuales hasta aquel día había
reservado; porque fueron tan divinas estas disposiciones
que —a nuestro entender— el mismo Dios que las obraba
se admiró, encareciendo la misma hechura de su brazo
poderoso; y como enamorado de ella, la habló y la dijo
(Cant., 6, 12): Revertere, revertere Sunamitis, ut
intueamur te; Esposa mía, perfectísima paloma y amiga
mía, agradable a mis ojos, vuélvete y conviértete a nosotros
para que te veamos y nos agrademos de tu
hermosura; no me pesa de haber criado al hombre,
deleitóme en su formación, pues tú naciste de él; vean
mis espíritus celestiales cuán dignamente he querido y
62
quiero elegirte por mi Esposa y Reina de todas mis criaturas;
conozcan cómo me deleito con razón en tu tálamo,
a donde mi Unigénito, después de la gloria de mi pecho,
será más glorificado. Entiendan todos que si justamente
repudié a Eva, la primera reina de la tierra, por su
inobediencia, te levanto y te pongo en la suprema
dignidad, mostrándome magnífico y poderoso con tu
humildad purísima y desprecio.
92. Fue para los Ángeles este día de mayor júbilo y gozo
accidental que otro alguno había sido desde su creación.
Y cuando la Beatísima Trinidad eligió y declaró por Reina
y Señora de las criaturas a su Esposa y Madre del Verbo
eterno, la reconocieron y admitieron los Ángeles y todos
los espíritus celestiales por Superiora y Señora y la
cantaron dulces himnos de gloria y alabanza del Autor.
En estos ocultos y admirables misterios estaba la divina
reina María absorta en el abismo de la Divinidad y luz de
sus infinitas perfecciones; y con esta admiración
disponía, el Señor que no atendiese a todo lo que
sucedía, y así se le ocultó siempre el sacramento de ser
elegida por Madre del Unigénito hasta su tiempo. No
hizo jamás el Señor tales cosas con nación alguna (Sal.,
147, 20), ni con otra criatura se manifestó tan grande y
poderoso, cómo este día con María Santísima.
93. Añadió más el Altísimo, y dijo la con extremada
dignación: Esposa y electa mía, pues hallaste gracia en
mis ojos, pídeme sin recelo lo que deseas y te aseguro
como Dios fidelísimo y poderoso Rey que no desecharé
tus peticiones ni te negaré lo que pidieres.— Humillóse
profundamente nuestra gran Princesa, y debajo de la
promesa y real palabra del Señor, levantándose con
segura confianza, respondió y dijo: Señor mío y Dios
altísimo, si en vuestros ojos hallé gracia (Gén., 18, 3),
aunque soy polvo y ceniza, hablaré en vuestra real
presencia y derramaré mi corazón (Sal., 61, 9).—
63
Aseguróla otra vez Su Majestad y la mandó pidiese todo
lo que fuese su voluntad en presencia de todos los
cortesanos del cielo, aunque fuese parte de su reino
(Est., 5, 3). No pido, Señor mío —respondió María
Purísima— parte de vuestro reino para mí, pero pídole
todo entero para todo el linaje humano, que son mis
hermanos. Pido, altísimo y poderoso Rey, que por vuestra
piedad inmensa nos enviéis a vuestro Unigénito y Redentor
nuestro, para que satisfaciendo por todos los
pecados del mundo alcance vuestro pueblo la libertad
que desea, y quedando satisfecha vuestra justicia se
publique la paz (Ez., 34, 25) en la tierra a los hombres y
se les haga franca la entrada de los cielos que por sus
culpas están cerrados. Vea ya toda carne vuestra salud
(Is., 52, 10) dense la paz y la justicia aquel estrecho
abrazo y el ósculo que pedía David (Sal., 84, 11), y
tengamos los mortales maestro (Is., 30, 20), guía y
reparador, cabeza que viva y converse con nosotros (Bar.,
3, 38); llegue ya, Dios mío, el día de vuestras promesas,
cúmplanse vuestras palabras y venga nuestro Mesías por
tantos siglos deseado. Esta es mi ansia y a esto se
alientan mis ruegos con la dignación de vuestra infinita
clemencia.
94. El Altísimo Señor, que para obligarse disponía y
movía las peticiones de su amada Esposa, se inclinó
benigno a ellas, y la respondió con singular clemencia:
Agradables son tus ruegos a mi voluntad y aceptas son
tus peticiones; hágase como tú lo pides; yo quiero, hija y
esposa mía, lo que tú deseas; y en fe de esta verdad, te
doy mi palabra y te prometo que con gran brevedad
bajará mi Unigénito a la tierra y se vestirá y unirá con la
naturaleza humana, y tus deseos aceptables tendrán
ejecución y cumplimiento.
95. Con esta certificación de la divina palabra sintió
nuestra gran Princesa en su interior nueva luz y
64
seguridad de que se llegaba ya el fin de aquella larga y
prolija noche del pecado y de las antiguas leyes y se
acercaba la nueva claridad de la redención humana. Y
como le tocaban tan de cerca y tan de lleno los rayos del
sol de justicia que se acercaba para nacer de sus
entrañas, estaba como hermosísima aurora abrasada y
refulgente con los arreboles —dígolo así— de la
Divinidad, que la transformaba toda en ella misma, y con
afectos de amor y agradecimiento del beneficio de la
próxima redención daba incesantes alabanzas al Señor
en su nombre y de todos los mortales. Y en esta
ocupación gastó aquel día, después que por los mismos
ángeles fue restituida a la tierra. Duélome siempre de mi
ignorancia y cortedad en explicar estos arcanos tan
levantados, y si los doctos y letrados grandes no podrán
hacerlo adecuadamente, ¿cómo llegará a esto una pobre
y vil mujer? Supla mi ignorancia la luz de la piedad
cristiana y disculpe mi atrevimiento la obediencia.
Doctrina que me dio la Reina María Santísima.
96. Hija mía carísima, ¡ y qué lejos están de la sabiduría
mundana las obras admirables que conmigo hizo el poder
divino en estos sacramentos de la Encarnación del Verbo
Eterno en mi vientre! No los puede investigar la carne, ni
la sangre, ni los mismos Ángeles y Serafines más
levantados por sí a solas, ni pueden conocer misterios tan
escondidos y fuera del orden de la gracia de las demás
criaturas. Alaba tú, amiga mía, por ellos al Señor con
incesante amor y agradecimiento, y no seas ya tarda en
entender la grandeza de su divino amor y lo mucho que
hace por sus amigos y carísimos, deseando levantarlos
del polvo y enriquecerlos por diversos modos. Si esta
verdad penetras, ella te obligará al agradecimiento y te
moverá a obrar cosas grandes como fidelísima hija y
esposa.
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97. Y para que más te dispongas y alientes, te advierto
que el Señor a sus escogidas las dice muchas veces
aquellas palabra (Cant., 6, 12): Revertere, revertere, ut
intueamur te; porque recibe tanto agrado de sus obras,
que como un padre se regala con su hijo muy agraciado y
hermoso que sólo tiene, mirándole muchas veces con caricia,
y como un artífice con la obra perfecta de sus manos
y un rey con la ciudad rica que ha ganado y un amigo con
otro que mucho ama, más sin comparación que todos
estos se recrea el Altísimo y se complace con aquellas
almas que elige para sus delicias, y al paso que ellas se
disponen y adelantan, crecen también los favores y beneplácito
del mismo Señor. Si esta ciencia alcanzaran los
mortales que tienen luz de fe, por solo este agrado del
Altísimo debían no sólo no pecar, pero hacer grandes
obras hasta morir, por servir y amar a quien tan liberal es
en premiar, regalar y favorecer.
98. Cuando en este día octavo que has escrito me dijo
el Señor en el cielo aquellas palabras: Revertere,
revertere, que le mirase para que los espíritus
celestiales me viesen, fue tanto el agrado que conocí
recibía Su Majestad divina, que sólo él excedió a todo
cuanto le han agradado y complacerán todas las almas
santas en lo supremo de su santidad, y se complació en
mí su dignación más que en todos los apóstoles, mártires,
confesores y vírgenes, y todo el resto de los santos. Y de
este agrado y aceptación del Altísimo redundaron en mi
espíritu tantas influencias de gracias y participación de
la divinidad, que ni lo puedes conocer ni explicar
perfectamente estando en carne mortal. Pero te declaro
este secreto misterioso, para que alabes a su autor y
trabajes disponiéndote para que, en mi lugar y nombre,
mientras te durare el destierro de la patria, extiendas y
dilates tu brazo a cosas fuertes (Prov., 31 19) y des al
Señor el beneplácito que de ti desea, procurándole
siempre con granjear sus beneficios y solicitarlos para ti
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y tus prójimos con perfecta caridad.
CAPITULO 9
Renueva el Altísimo los favores y beneficios en
María Santísima y dale de nuevo la posesión de Reina de
todo lo criado por última disposición para la Encarnación.
99. El último y noveno día de los que más de cerca
preparaba el Altísimo su tabernáculo para santificarle
(Sal., 45, 5) con su venida, determinó renovar sus
maravillas y multiplicar las señales, recopilando los
favores y beneficios que hasta aquel día había
comunicado a la princesa María. Pero de tal manera
obraba en ella el Altísimo, que, cuando sacaba de sus
tesoros infinitos cosas antiguas, siempre añadía muchas
nuevas (Mt., 13, 52); y todos estos grados y maravillas
caben entre humillarse Dios a ser hombre y levantar una
mujer a ser su Madre. Para descender Dios al otro
extremo de ser hombre, ni se pudo en sí mudar, ni lo
había menester, porque quedándose inmutable en sí
mismo, pudo unir a su persona nuestra naturaleza, mas
para llegar una mujer de cuerpo terreno a dar su misma
sustancia con quien se uniese Dios y fuese hombre,
parecía necesario pasar un infinito espacio y venir a
ponerse tan distante de las otras criaturas, cuanto
llegaba a avecindar con el mismo Dios.
100. Llegó, pues, el día en que María Santísima había
de quedar en esta última disposición tan próxima a Dios
como ser Madre suya; y aquella noche, a la misma hora
del mayor silencio, fue llamada por el mismo Señor, como
en las precedentes se dijo. Respondió la humilde y
prudente Reina: Aparejado está mi corazón (Sal., 107, 2),
Señor y Rey altísimo, para que en mí se haga vuestro
Divino beneplácito.—Luego fue llevada en cuerpo y alma,
como los días antecedentes, por mano de sus Ángeles al
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Cielo empíreo y puesta en presencia del trono real del
Altísimo, y Su Majestad poderosa la levantó y colocó a su
lado, señalándole el asiento y lugar que para siempre
había de tener en su presencia, y fue el más alto y más
inmediato al mismo Dios, fuera del que se reservaba
para la humanidad del Verbo; porque excedía sin
comparación al de todos los demás bienaventurados y a
todos juntos.
101. De aquel lugar vio luego la divinidad con
abstractiva visión, como las otras veces antecedentes, y,
ocultándole la dignidad de Madre de Dios, le manifestó
Su Majestad tan altos y nuevos sacramentos que por su
profundidad y por mi ignorancia no puedo declararlos.
Vio de nuevo la Divinidad, todas las cosas criadas y
muchas posibles y futuras; y las corpóreas se le
manifestaron, dándoselas Dios a conocer en sí mismas
por especies corpóreas y sensibles, como si las tuviera
todas presentes a los sentidos exteriores, y como si en la
esfera de la potencia visiva las percibiera con los ojos
corporales. Conoció junta toda la fábrica del universo,
que antes había conocido por sus partes, y las criaturas
que en él se contienen, con distinción y como si las
tuviera presentes en un lienzo. Vio toda su armonía,
orden, conexión y dependencia que tienen entre sí, y
todas de la voluntad Divina que las cría, gobierna y
conserva a cada una en su lugar y en su ser. Vio de nuevo
todos los cielos y estrellas, elementos y sus moradores, el
purgatorio, limbo, infierno, con todos cuantos vivían en
aquellas cavernas. Y como el puesto donde estaba la
Reina de las criaturas era eminente a todas y sólo a Dios
era inferior, así lo fue también la ciencia que la dieron,
porque sola era inferior del mismo Señor y superior a
todo lo criado.
102. Estando la divina Señora absorta en la admiración
de lo que el Altísimo le manifestaba y dándole por todo
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el retorno de alabanza y gloria que se debía a tal Señor,
la habló Su Majestad, y la dijo: Electa mía y paloma mía,
todas las criaturas visibles que conoces, las he criado y
las conservo con mi providencia en tanta variedad y
hermosura sólo por el amor que tengo a los hombres. Y
de todas las almas que hasta ahora he criado, y las que
hasta el fin he determinado criar, se ha de elegir y
entresacar una congregación de fieles, que sean
segregados y lavados en la sangre del Cordero que
quitará los pecados del mundo (Ap., 7, 14). Estos serán el
fruto especial de la Redención que ha de obrar y gozarán
de sus efectos por medio de la nueva ley de gracia y
sacramentos que en ella les dará su Reparador; y
después llegarán, los que perseveraren, a la
participación de mi eterna gloria y amistad. Por estos
escogidos en primer intento he criado tantas y
maravillosas obras, y si todos me quisieran servir, adorar
y conocer mi santo nombre, cuanto es de mi parte, para
todos y para cada uno singularmente criara tantos
tesoros y los ordenara a la posesión de cada uno.
103. Y cuando hubiera criado sola una de las criaturas
que son capaces de mi gracia y de mi gloria, a sola ella
la hiciera dueña y señora de todo lo criado, pues todo es
menos que hacerla participante de mi amistad y felicidad
eterna. Tú, Esposa mía, eres mi escogida y hallaste gracia
en mi corazón, y así te hago señora de todos estos bienes
y te doy la posesión y dominio de todos ellos, para que, si
fueres esposa fiel, como te quiero, los distribuyas y
dispenses a quien por tu mano o intercesión me los
pidiere; que para esto los deposito en las tuyas.—Púsole
la Santísima Trinidad a María nuestra princesa una
corona en la cabeza, consagrándola por suprema Reina
de todo lo criado, y estaba sembrada y esmaltada con
unas cifras que decían: Madre de Dios; pero sin
entenderlas ella por entonces, porque solos las conocían
los divinos espíritus, admirados de la magnificencia del
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Señor con esta doncella dichosísima y bendita entre las
mujeres, a quien ellos reverenciaron y veneraron por su
Reina legítima y Señora suya y de todo lo criado.
104. Todos estos portentos obraba la diestra del Altísimo
con muy conveniente orden de su infinita sabiduría;
porque antes de bajar a tomar carne humana en el
virginal vientre de esta Señora, convenía que todos los
cortesanos de este gran Rey reconociesen a su Madre
por Reina y Señora y por esto la diesen debida reverencia.
Y era justo y conteniente al buen orden que primero
la hiciera Dios Reina y después Madre del Príncipe de las
eternidades, pues quien había de parir al Príncipe de
necesidad había de ser Reina y reconocida por sus
vasallos; pues en que la conociesen los ángeles no había
inconveniente ni necesidad de ocultársela, antes era
como deuda del Altísimo a la majestad de su divinidad,
que su tabernáculo escogido para morada suya fuese
prevenido y calificado con todas excelencias de dignidad
y perfección, alteza y magnificencia que se le pudiesen
comunicar, sin que se le negase alguna; y así la recibieron
y reconocieron los Santos Ángeles, dándole honor
de Reina y Señora.
105. Para poner la última mano en esta prodigiosa obra
de María Santísima, extendió el Señor su brazo poderoso
y por sí mismo renovó el espíritu y potencias de esta gran
Señora, dándole nuevas iluminaciones, hábitos y
cualidades, cuya grandeza y condiciones no caben en
términos terrenos. Era éste el último retoque y pincel de
esta imagen viva del mismo Dios, para formar en ella y
de ella misma la forma que había de vestirse el Verbo
eterno, que por esencia era imagen del Padre eterno (2
Cor., 4, 4) y figura de su sustancia (He., 1, 3). Pero quedó
todo este templo de María Santísima mejor que el de
Salomón, vestido dentro y fuera del oro purísimo (3 Re., 6,
30) de la Divinidad, sin que por alguna parte se pudiese
70
descubrir en ella algún átomo de terrena hija de Adán.
Toda quedó deificada con divisas de Divinidad, porque
habiendo de salir el Verbo Divino del seno del eterno
Padre para bajar al de María, la preparó de suerte que
hallase en ella la similitud posible entre madre y padre.
106. No me quedan nuevas razones para decir como
quisiera los efectos que todos estos favores hicieron en el
corazón de nuestra gran Reina y Señora. No llega el
juicio humano a concebirlos, ¿cómo llegarán las palabras
a explicarlos? Pero lo que mayor admiración me hace de
la luz que se me ha dado en estos tan altos misterios es
la humildad de esta divina mujer y la porfía entre ella y
el poder Divino. ¡ Raro prodigio y milagro de humildad es
ver a esta doncella, María Santísima, levantada a la
suprema dignidad y santidad después de Dios y que
entonces se humille y aniquile a lo más ínfimo de todas
las criaturas, y que a fuerza de esta humildad no entrase
en el pensamiento de esta Señora que pudiese ser madre
del Mesías! Y no sólo esto, pero ni imaginó de sí cosa
grande, ni admirable sobre sí (Sal., 130, 1). No se
levantaron sus ojos ni corazón, antes bien cuanto la
ensalzaban más las obras del brazo del Señor, tanto
sentía humildemente de sí misma. Justo fue, por cierto,
que atendiese a su humildad el todopoderoso Dios y que
por ella la llamen todas las generaciones dichosa y
bienaventurada (Lc., 1, 48).
Doctrina que me dio la Reina y Señora del Cielo.
107. Hija mía, no es digna esposa del Altísimo la que
tiene amor interesado y servil, porque la esposa no ha de
amar ni temer como la esclava, ni tampoco ha de servir
por el jornal del estipendio. Pero aunque su amor ha de
ser filial y generoso por el agrado y bondad inmensa de
su esposo, con todo eso se ha de obligar mucho para esto
de verle tan rico y liberal; y que por el amor que a las
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almas haya criado tanta variedad de bienes visibles,
para que sirvan todos a quien sirve a Su Majestad, y
sobre todo por los tesoros ocultos que tiene prevenidos
en abundancia de dulzura para los que le temen (Sal., 30,
20), como hijos de esta verdad. Quiero, que te des por
muy obligada a tu Señor y Padre, Esposo y Amigo,
conociendo cuán ricas son las almas que por gracia
llegan a ser hijas y carísimas suyas; pues, como poderoso
padre, tiene prevenidos tantos y tan diversos bienes para
sus hijos, y todos para cada uno, si fueren necesarios. No
tiene descargo el desamor de los hombres en medio de
tantos motivos e incentivos, ni su ingratitud admite
disculpa a vista de tantos beneficios y estándolos
recibiendo sin medida.
108. Advierte, pues, carísima, que no eres advenediza
(Ef., 2, 19) ni extraña en esta casa del Señor, que es su
Iglesia Santa, pero eres doméstica y esposa de Cristo
entre los santos, alimentada con sus favores y regalos de
esposa. Y porque todos los tesoros y riquezas que son del
esposo pertenecen a la legítima esposa, considera de
cuántos te hace participante y señora. Goza, pues, de
todos como doméstica y cela su honra como hija y esposa
tan favorecida y agradece todas estas obras y beneficios,
como si para ti sola fueran criados por tu Señor, y ámale
y reverencíale por ti y por los demás prójimos, para
quienes fue tan liberal. Y en todo esto imita con tus flacas
fuerzas lo que has entendido que yo hacía, y advierte,
hija, que será muy de mi agrado que engrandezcas y
alabes al Todopoderoso, con fervoroso afecto, por lo que
su diestra Divina me favoreció y enriqueció esta novena,
que fue sobre toda ponderación humana.
CAPITULO 10
Despacha la Beatísima Trinidad al Santo Arcángel
Gabriel que anuncie y evangelice a María Santísima
72
cómo es elegida para Madre de Dios.
109. Determinado estaba por infinitos siglos, pero
escondido en el secreto pecho de la sabiduría eterna, el
tiempo y hora conveniente en que oportunamente se
había de manifestar en la carne el gran sacramento de
piedad, justificado en el espíritu, predicado a los
hombres, declarado a los ángeles y creído en el mundo (1
Tim., 3, 16). Llegó, pues, la plenitud de este tiempo (Gal.,
4, 4), que hasta entonces, aunque lleno de profecías y
promesas, estaba muy vacío, porque le faltaba el lleno
de María santísima, por cuya voluntad y consentimiento
habían de tener todos los siglos su complemento, que era
el Verbo Eterno humanado, pasible y reparador. Estaba
predestinado este misterio antes de los siglos (1 Cor., 2,
7), para que en ellos se ejecutase por mano de nuestra
divina doncella; y estando ella en el mundo, no se debía
dilatar la redención humana y venida del Unigénito del
Padre, pues ya no andaría como de prestado en
tabernáculos (2 Sam., 7, 6) o ajenas casas, mas viviría de
asiento en su templo y casa propia, edificada y enriquecida
con sus mismas anticipadas expensas (1 Par., 22,
5), mejor que el templo de Salomón con las de su padre
Santo Rey David.
110. En esta plenitud de tiempo prefinito determinó el
Altísimo enviar su Hijo unigénito al mundo, y confiriendo
—a nuestro modo de entender y de hablar— los decretos
de su eternidad con las profecías y testificaciones hechas
a los hombres desde el principio del mundo, y todo esto
con el estado y santidad a que había levantado a María
Santísima, juzgó convenía todo esto así para la
exaltación de su santo nombre y que se manifestase a los
Santos Ángeles la ejecución de esta su eterna voluntad y
decreto y por ellos se comenzase a poner por obra. Habló
Su Majestad al Santo Arcángel Gabriel con aquella voz o
palabra que les intima su santa voluntad; y aunque el
73
orden común de ilustrar Dios a sus divinos espíritus es
comenzar por los superiores y que aquéllos purifiquen e
iluminen a los inferiores por su orden hasta llegar a los
últimos, manifestando unos a otros lo que Dios reveló a
los primeros, pero en esta ocasión no fue así, porque
inmediatamente recibió este Santo Arcángel del mismo
Señor su embajada.
111. A la insinuación de la voluntad Divina estuvo presto
San Gabriel, como a los pies del trono, y atento al ser
inmutable del Altísimo, y Su Majestad por sí le mandó y
declaró la legacía que había de hacer a María Santísima
y las mismas palabras con que la había de saludar y
hablar; de manera que su primer autor fue el mismo Dios,
que las formó en su mente Divina, y de allí pasaron al
Santo Arcángel, y por él a María Purísima. Reveló junto
con estas palabras el Señor muchos y ocultos
sacramentos de la encarnación al Santo príncipe Gabriel,
y la Santísima Trinidad le mandó fuese [y] anunciase a la
divina doncella cómo la elegía entre las mujeres para
que fuese Madre del Verbo Eterno y en su virginal vientre
le concibiese por obra del Espíritu Santo, y ella quedando
siempre virgen; y todo lo demás que el paraninfo divino
había de manifestar y hablar con su gran Reina y Señora.
112. Luego declaró Su Majestad a todo el resto de los
Ángeles cómo era llegado el tiempo de la redención
humana y que disponía bajar al mundo sin dilación, pues
ya tenía prevenida y adornada para Madre suya a María
Santísima, como en su presencia lo había hecho, dándole
esta suprema dignidad. Oyeron los divinos espíritus la
voz de su Criador y, con incomparable gozo y hacimiento
de gracias por el cumplimiento de su eterna y perfecta
voluntad, cantaron nuevos cánticos de alabanza,
repitiendo siempre en ellos aquel himno de Sión: Santo,
santo, santo eres, Dios y Señor de Sabaot (Is 6, 3). Justo
y poderoso eres, Señor Dios nuestro, que vives en las
74
alturas y miras a los humildes de la tierra (Sal., 112, 5-6).
Admirables son todas tus obras, Altísimo, encumbrado en
tus pensamientos.
113. Obedeciendo con especial gozo el soberano
príncipe Gabriel al divino mandato, descendió del
supremo cielo, acompañado de muchos millares de
Ángeles hermosísimos que le seguían en forma visible. La
de este gran príncipe y legado en como de un mancebo
elegantísimo y de rara belleza: su rostro tenia refulgente
y despedía muchos rayos de resplandor, su semblante
grave y majestuoso, sus pasos medidos, las acciones
compuestas, sus palabras ponderosas y eficaces y todo
él representaba, entre severidad y agrado, mayor deidad
que otros ángeles de los que había visto la divina Señora
hasta entonces en aquella forma. Llevaba diadema de
singular resplandor y sus vestiduras rozagantes
descubrían varios colores, pero todos refulgentes y muy
brillantes, y en el pecho llevaba como engastada una
cruz bellísima que descubría el misterio de la encarnación
a que se encaminaba su embajada, y todas estas
circunstancias solicitaron más la atención y afecto de la
prudentísima Reina.
114. Todo este celestial ejército con su cabeza y príncipe
San Gabriel encaminó su vuelo a Nazaret, ciudad de la
provincia de Galilea, y a la morada de María Santísima,
que era una casa humilde y su retrete un estrecho
aposento desnudo de los adornos que usa el mundo, para
desmentir sus vilezas y desnudez de mayores bienes. Era
la divina Señora en esta ocasión de edad de catorce
años, seis meses y diecisiete días, porque cumplió los
años a ocho de septiembre, y los seis meses y diecisiete
días corrían desde aquél hasta éste en que se obró el
mayor de los misterios que Dios obró en el mundo.
115. La persona de esta divina Reina era dispuesta y de
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más altura que la común de aquella edad en otras
mujeres, pero muy elegante del cuerpo, con suma
proporción y perfección: el rostro más largo que
redondo, pero gracioso, y no flaco ni grueso, el color
claro y tantito moreno; la frente espaciosa con
proporción; las cejas en arco perfectísimas; los ojos
grandes y graves, con increíble e indecible hermosura y
columbino agrado, el color entre negro y verde oscuro;
la nariz seguida y perfecta; la boca pequeña y los labios
colorados y sin extremo delgados ni gruesos; y toda ella
en estos dones de naturaleza era tan proporcionada y
hermosa que ninguna otra criatura humana lo fue tanto.
El mirarla causaba a un mismo tiempo alegría y
reverencia, afición y temor reverencial; atraía el
corazón y le detenía en una suave veneración; movía
para alabarla y enmudecía su grandeza y muchas
gracias y perfecciones; y causaba en todos los que
advertían divinos efectos que no se pueden fácilmente
explicar; pero llenaba el corazón de celestiales influjos y
movimientos divinos que encaminaban a Dios.
116. Su vestidura era humilde, pobre y limpia, de color
plateado, oscuro o pardo que tiraba a color de ceniza,
compuesto y aliñado sin curiosidad, pero con suma
modestia y honestidad. Cuando se acercaba la
embajada del cielo, ignorándolo ella, estaba en altísima
contemplación sobre los misterios que había renovado el
Señor en ella con tan repetidos favores los nueve días
antecedentes. Y por haberla asegurado el mismo Señor,
como arriba dijimos (Cf. supra n.94), que su Unigénito
descendería luego a tomar forma humana, estaba la gran
Reina fervorosa y alegre en la fe de esta palabra y,
renovando sus humildes y encendidos afectos, decía en
su corazón: ¿Es posible que ha llegado el tiempo tan
dichoso en que ha de bajar el Verbo del eterno Padre a
nacer y conversar con los hombres (Bar., 3, 38), que le ha
de tener el mundo en posesión, que le han de ver los
76
mortales con ojos de carne, que ha de nacer aquella luz
inaccesible, para iluminar a los que están poseídos de
tinieblas? ¡Oh quién mereciera verle y conocerle! ¡Oh
quién besara la tierra donde pusiera sus divinas plantas!
117. Alegraos, cielos, y consuélese la tierra (Sal., 95, 11),
y todos eternamente le bendigan y alaben, pues ya su
felicidad eterna está vecina. ¡Oh hijos de Adán afligidos
por la culpa, pero hechuras de mi amado, luego
levantaréis la cabeza y sacudiréis el yugo de vuestra antigua
cautividad! Ya se acerca vuestra redención, ya
viene vuestra salud. ¡Oh padres antiguos y profetas, con
todos los justos que esperáis en el seno de Abrahán
detenidos en el limbo, luego llegará vuestro consuelo, no
tardará vuestro deseado y prometido Redentor! Todos le
magnifiquemos y cantemos himnos de alabanza. ¡Oh
quién fuera sierva de sus siervas! ¡Oh quién fuera esclava
de aquella que Isaías (Is., 7, 14) le señaló por Madre!
¡Oh Emmanuel, Dios y hombre verdadero! ¡Oh llave de
David, que has de franquear los cielos! ¡Oh Sabiduría
eterna! ¡Oh Legislador de la nueva Iglesia! Ven, ven, Señor,
a nosotros y libra de la cautividad a tu pueblo, vea
toda carne tu salud (Cf. las antífonas mayores, llamadas
de la Oh, y el oficio litúrgico del Adviento).
118. En estas peticiones y operaciones, y muchas que no
alcanza mi lengua a explicar, estaba María Santísima en
la hora que llegó el Ángel San Gabriel. Estaba purísima
en el alma, perfectísima en el cuerpo, nobilísima en los
pensamientos, eminentísima en santidad, llena de
gracias y toda divinizada y agradable a los ojos de Dios,
que pudo ser digna Madre suya y eficaz instrumento para
sacarle del seno del Padre y traerle a su virginal vientre.
Ella fue el poderoso medio de nuestra redención y se la
debemos por muchos títulos, y por esto merece que
todas las naciones y generaciones la bendigan y
eternamente la alaben (Lc., 1, 48). Lo que sucedió con la
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entrada del embajador celestial diré en el capítulo
siguiente:
119. Sólo advierto ahora una cosa digna do
admiración, que para recibir la anunciación del Santo
Arcángel y para el efecto de tan alto misterio como se
había de obrar en esta divina Señora, la dejó Su
Majestad en el ser y estado común de las virtudes que
dije en la primera parte (Cf. supra p. I n. 677-717). Y esto
dispuso el Altísimo porque este misterio se había de
obrar como sacramento de fe, interviniendo las operaciones
de esta virtud con las de la esperanza y caridad,
y así la dejó el Señor en ellas para que creyese y
esperase en las Divinas palabras. Y precediendo estos
actos se siguió lo que luego diré con la cortedad de mis
términos y limitadas razones; y la grandeza de los
sacramentos me hace más pobre de ellas para
explicarlos.
Doctrina de la Reina y Señora del cielo.
120. Hija mía, con especial afecto te manifiesto ahora
mi voluntad y el deseo que tengo de que te hagas digna
del trato íntimo y familiar con Dios, y que para esto te
dispongas con gran desvelo y solicitud, llorando tus
culpas y olvidando y negando todo lo visible, de suerte
que para ti no imagines ya otra cosa fuera de Dios. Para
esto te conviene poner en ejecución toda la doctrina que
hasta ahora te he enseñado, y en lo que adelante
hubieres de escribir te manifestaré. Yo te encaminaré y
guiaré para cómo te has de gobernar en esta
familiaridad y trato con los favores que de su dignación
recibieres, concibiéndole en tu pecho por la fe, por la luz
y gracia que te diere. Y si primero no te dispones con
esta amonestación, no alcanzarás el cumplimiento de tus
deseos, ni yo el fruto de mi doctrina que te doy como tu
maestra.
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121. Pues hallaste sin merecerlo el tesoro escondido y
la preciosa margarita (Mt., 13, 44-46) de mi enseñanza y
doctrina, desprecia cuanto pudieras poseer, para
apropiarte sola esta prenda de inestimable precio; que
con ella recibirás todos los bienes juntos y te harás digna
de la amistad íntima del Señor y de su habitación eterna
en tu corazón. En recambio de esta gran dicha, quiero
mueras a todo lo terreno y ofrezcas tu voluntad deshecha
en afectos de agradecido amor, y que a imitación mía de
tal manera seas humilde, que de tu parte quedes
persuadida y reconocida que nada vales, ni puedes, ni
mereces, ni eres digna de ser admitida por esclava de las
siervas de Cristo.
122. Advierte qué lejos estaba yo de imaginar la
dignidad que el Altísimo me prevenía de Madre suya; y
esto era en ocasión que ya me había prometido la
brevedad de su venida al mundo y me obligaba a
desearla con tantos afectos de amor, que el día antes de
este maravilloso sacramento me pareció hubiera muerto,
resuelto mi corazón en estas congojas amorosas, si la
Divina Providencia no me confortara. Dilataba mi espíritu
con la seguridad de que luego descendería del Cielo el
Unigénito del Eterno Padre, y por otra parte mi humildad
me inclinaba a pensar si por vivir yo en el mundo se
retardaría su venida. Considera, pues, carísima, el
sacramento de mi pecho y qué ejemplar es éste para ti y
para todos los mortales. Y porque es dificultoso que
recibas y escribas tan alta sabiduría, mírame en el Señor,
donde a su Divina luz meditarás y entenderás mis
acciones perfectísimas; sígueme por su imitación y
camina por mis huellas.
CAPITULO 11
Oye María Santísima la embajada del Santo Ángel;
79
ejecutase el Misterio de la Encarnación, concibiendo al
Verbo Eterno en su vientre.
123. Confesar quiero en presencia del cielo y de la
tierra y sus moradores y del Criador universal de todo y
Dios eterno que, llegando ,a tomar la pluma para escribir
el arcano misterio de la Encarnación, desfallecen mis
flacas fuerzas, enmudece mi lengua y se hielan mis
discursos, se pasman mis potencias y me hallo toda atajada
y sumergido el entendimiento, encaminándole a la
Divina luz que me gobierna y enseña. En ella se conoce
todo sin engaño, se entiende sin rodeos, y veo mi
insuficiencia y conozco el vacío de las palabras y la
cortedad de los términos, para llenar los conceptos de un
sacramento que en epílogo comprende al mismo Dios y
a la mayor obra y maravilla de su omnipotencia. Veo en
este misterio la divina y admirable armonía de la infinita
providencia y sabiduría, con que desde su eternidad lo
ordenó y previno y desde la creación del mundo lo ha
venido encaminando, para que todas sus obras y
criaturas viniesen a ser medio ajustado para el fin
altísimo de bajar Dios al mundo hecho hombre.
124. Veo cómo para descender el Verbo Eterno del seno
de su Padre aguardó y eligió por tiempo y la hora más
oportuna el silencio de la media noche (Sab., 18, 14) de
la ignorancia de los mortales, cuando toda la posteridad
de Adán estaba sepultada y absorta en el sueño del
olvido y en la ignorancia de su Dios verdadero, sin haber
quien abriese su boca para confesarle y bendecirle, salvo
algunos pocos de su pueblo. Todo el resto del mundo
estaba con silencio y lleno de tinieblas, habiendo corrido
una larga noche de cinco mil y casi doscientos años,
sucediendo unos siglos y generaciones a otras, cada cual
en el tiempo prefinido y determinado por la eterna
sabiduría, para que todos pudiesen conocer a su Criador
y topar con Él, pues le tenían tan cerca que en sí mismo
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les daba vida, ser y movimiento (Act., 17, 27-28). Pero
como no llegaba el claro día de la luz inaccesible,
aunque de los mortales andaban algunos como ciegos,
tocando las criaturas, no atinaban con la divinidad, y sin
conocerla, se la daban a las cosas sensibles y más viles
de la tierra (Rom., 1, 23).
125. Llegó, pues, el dichoso día en que despreciando el
Altísimo los largos siglos de tan pesada ignorancia (Act.,
17, 30), determinó manifestarse a los hombres y dar
principio a la redención del linaje humano, tomando su
naturaleza en las entrañas de María Santísima,
prevenida para este misterio, como queda dicho (Cf.
supra c. 1 al 9). Y para mejor declarar lo que de él se me
manifiesta, es forzoso anticipar algunos sacramentos
ocultos que sucedieron al descender el Unigénito del
pecho de su Eterno Padre. Supongo que entre las Divinas
Personas, como la fe lo enseña, aunque hay distinción
personal, no hay desigualdad en la sabiduría,
omnipotencia, ni en los demás atributos, como tampoco
la puede haber en la sustancia de la divina naturaleza; y
como en dignidad y perfección infinita son iguales, así
también lo son en las operaciones que llaman ad extra,
porque salen fuera del mismo Dios a producir alguna
criatura o cosa temporal. Estas operaciones son indivisas
entre las tres divinas personas, porque no las hace una
sola persona, sino todas tres en cuanto son un mismo Dios
y tienen una sabiduría, un entendimiento y una voluntad;
y así como sabe el Hijo y quiere y obra lo que sabe y
quiere el Padre, así también el Espíritu Santo sabe y
quiere y obra lo mismo que el Padre y el Hijo.
126. Con esta indivisión ejecutaron y obraron todas tres
personas con una misma acción la obra de la
Encarnación, aunque sola la Persona del Verbo recibió en
sí a la naturaleza de hombre, uniéndola hipostáticamente
a sí mismo; y por esto decimos que fue enviado el Hijo por
81
el Eterno Padre, de cuyo entendimiento procede, y que le
envió su Padre por obra del Espíritu Santo, que intervino
en esta misión. Y como la persona del Hijo era la que
venía a humanarse al mundo, antes que sin salir del seno
del Padre descendiese de los cielos y en aquel divino
consistorio, en nombre de la misma humanidad que había
de recibir en su persona, hizo una proposición y
petición, representando los merecimientos previstos,
para que por ellos se le concediese a todo el linaje
humano su redención y el perdón de los pecados, por
quienes había de satisfacer a la divina justicia. Pidió el
fíat de la beatísima voluntad del Padre que le enviaba,
para aceptar el rescate por medio de sus obras y pasión
santísima y de los misterios que quería obrar en la nueva
Iglesia y ley de gracia.
127. Aceptó el Eterno Padre esta petición y méritos
previstos del Verbo y le concedió todo lo que propuso y
pidió para los mortales, y él mismo le encomendó a sus
escogidos y predestinados como herencia o heredad
suya; y por esto dijo el mismo Cristo nuestro Señor por
San Juan que no perdió ni perecieron los que su Padre le
dio, porque los guardó todos, salvo el hijo de perdición
(Jn., 17, 12; 18, 9), que fue Judas (Iscariotes). Y otra vez
dijo que de sus ovejas nadie le arrebataría alguna de su
mano (Jn., 10, 28), ni de su Padre. Y lo mismo fuera de
todos los nacidos, si como fue suficiente la redención se
ayudaran ellos para que fuera eficaz para todos y en
todos; pues a ninguno excluyó su Divina Misericordia, si
todos la admitieran por medio de su Reparador.
128. Todo esto —a nuestro entender— precedía en el
cielo en el trono de la Beatísima Trinidad, antes del fíat
de María Santísima, que luego diré. Y al tiempo de
descender a sus virginales entrañas el Unigénito del
Padre, se conmovieron los cielos y todas las criaturas. Y
por la unión inseparable de las tres Divinas personas,
82
bajaron todas con la del Verbo, que sólo había de
encarnar; y con el Señor y Dios de los ejércitos salieron
todos los de la celestial milicia, llenos de invencible
fortaleza y resplandor. Y aunque no era necesario
despejar el camino, porque la divinidad lo llena todo y
está en todo lugar y nada le puede estorbar, con todo
eso, respetando los cielos materiales a su mismo Criador,
le hicieron reverencia y se abrieron y dividieron todos
once con los elementos inferiores: las estrellas se
innovaron en su luz, la luna y sol con los demás planetas
apresuraron el curso al obsequio de su Hacedor, para
estar presentes a la mayor de sus obras y maravillas.
129. No conocieron los mortales esta conmoción y
novedad de todas las criaturas, así porque sucedió de
noche, como porque el mismo Señor quiso que sólo fuese
manifiesta a los Ángeles, que con nueva admiración le
alabaron, conociendo tan ocultos como venerables
misterios escondidos a los hombres, que estaban lejos
de tales maravillas y beneficios admirables para los
mismos espíritus angélicos, a quienes por entonces solos
se remitía el dar gloria, alabanza y veneración por ellos a
su Hacedor. Sólo en el corazón de algunos justos infundió
el Altísimo en aquella hora un nuevo movimiento e influjo
de extraordinario júbilo, a cuyo sentimiento atendieron
todos y fueron conmovidos a atención, formaron
nuevos y grandes conceptos del Señor; y algunos fueron
inspirados, sospechando si aquella novedad que sentían
era efecto de la venida del Mesías a redimir el mundo,
pero todos callaron, porque cada cual imaginaba que
sólo él había tenido aquella novedad y pensamiento,
disponiéndolo así el poder divino.
130. En las demás criaturas hubo también su renovación
y mudanza. Las aves se movieron con cantos y alborozo
extraordinario, las plantas y los árboles se mejoraron en
sus frutos y fragancia y respectivamente todas las demás
83
criaturas sintieron o recibieron alguna oculta vivificación
y mudanza. Pero quien la recibió mayor, fueron los
Padres y Santos que estaban en el limbo, a donde fue
enviado el Arcángel San Miguel para que les diese tan
alegres nuevas y con ellas los consoló y dejó llenos de
júbilo y nuevas alabanzas. Sólo para el infierno hubo
nuevo pesar y dolor, porque al descender el Verbo Eterno
de las alturas sintieron los demonios una fuerza
impetuosa del poder divino, que les sobrevino como las
olas del mar y dio con todos ellos en lo más profundo de
aquellas cavernas tenebrosas, sin poderlo resistir ni
levantarse. Y después que lo permitió la voluntad Divina,
salieron al mundo y discurrieron por él, inquiriendo si
había alguna novedad a que atribuir la que en sí mismos
habían sentido, pero no pudieron rastrear la causa,
aunque hicieron algunas juntas para conferirla; porque el
poder Divino les ocultó el Sacramento de su Encarnación
y el modo de concebir María Santísima al Verbo
humanado, como adelante veremos Cf. infra n. 326), y
sólo en la muerte y en la cruz acabaron de conocer que
Cristo era Dios y hombre verdadero, como allí diremos
(Cf. infra n. 1416).
131. Para ejecutar el Altísimo este misterio entró el
Santo Arcángel Gabriel, en la forma que dije en el
capítulo pasado (Cf. supra n. 113), en el retrete donde
estaba orando María Santísima, acompañado de innumerables
Ángeles en forma humana visible y
respectivamente todos refulgentes con incomparable
hermosura. Era jueves a las siete de la tarde al
oscurecer la noche. Viole la divina Princesa de los cielos y
miróle con suma modestia y templanza, no más de lo que
bastaba para reconocerle por Ángel del Señor, y
conociéndole, con su acostumbrada humildad quiso
hacerle reverencia; no lo consintió el Santo Príncipe,
antes él la hizo profundamente como a su Reina y Señora,
en quien adoraba los divinos misterios de su Criador, y
84
junto con eso reconocía que ya desde aquel día se mudaban
los antiguos tiempos y costumbre de que los hombres
adorasen a los Ángeles, como lo hizo Abrahán (Gén., 18,
2), porque levantada la naturaleza humana a la dignidad
del mismo Dios en la Persona del Verbo, ya quedaban los
hombres adoptados por hijos suyos y compañeros o
hermanos de los mismos Ángeles, como se lo dijo al
evangelista San Juan el que no le consintió adoración
(Ap., 19, 10).
132. Saludó el Santo Arcángel a nuestra Reina y suya, y
la dijo: Ave gratia plena, Dominus tecum, benedicta
tu in mulieribus (Lc., 1, 28). Turbóse sin alteración la
más humilde de las criaturas, oyendo esta nueva
salutación del Ángel. Y la turbación tuvo en ella dos
causas: la una, su profunda humildad con que se
reputaba por inferior a todos los mortales, y oyendo, al
mismo tiempo que juzgaba de sí tan bajamente,
saludarla y llamarla bendita entre todas las mujeres, le
causó novedad. La segunda causa fue que, al mismo
tiempo cuando oyó la salutación y la confería en su pecho
como la iba oyendo, tuvo inteligencia del Señor que la
elegía para Madre suya, y esto la turbó mucho más, por
el concepto que de sí tenía formado. Y por esta turbación
prosiguió el Ángel declarándole el orden del Señor, y
diciéndola: No temas, María, porque hallaste gracia con
el Señor; advierte que concebirás un hijo en tu vientre y
le parirás y le pondrás por nombre Jesús; será grande y
será llamado Hijo del Altísimo. Y lo demás que prosiguió
el Santo Arcángel (Ib. 30-31).
133. Sola nuestra prudentísima y humilde Reina pudo
entre las puras criaturas dar la ponderación y
magnificencia debida a tan nuevo y singular
sacramento, y como conoció su grandeza, dignamente se
admiró y turbó. Pero convirtió su corazón humilde al Señor,
que no podía negarle sus peticiones, y en su secreto
85
le pidió nueva luz y asistencia para gobernarse en tan
arduo negocio; porque —como dije en el capítulo pasado
(Cf.supra n. 119)— la dejó el Altísimo para obrar este
misterio en el estado común de la fe, esperanza y
caridad, suspendiendo otros géneros de favores y
elevaciones interiores que frecuente o continuamente
recibía. En esta disposición replicó y dijo a San Gabriel lo
que prosigue San Lucas (Lc., 1, 34): ¿Cómo ha de ser esto
de concebir y parir hijo, porque ni conozco varón ni lo
puedo conocer? Al mismo tiempo representaba en su
interior al Señor el voto de castidad que había hecho y el
desposorio que Su Majestad había celebrado con ella.
134. Respondióla el Santo Príncipe Gabriel: Señora, sin
conocer varón, es fácil al poder Divino haceros madre; y
el Espíritu Santo vendrá con su presencia y estará de
nuevo con vos, y la virtud del Altísimo os hará sombra
para que de vos pueda nacer el Santo de los Santos, que
se llamará Hijo de Dios. Y advertid que vuestra deuda
Elísabet también ha concebido un hijo en su estéril
senectud, y éste es el sexto mes de su concepción;
porque nada es imposible para con Dios (Ib. 35-37), y el
mismo que hace concebir y parir a la que era estéril,
puede hacer que vos, Señora, lleguéis a ser su Madre
quedando siempre Virgen y más consagrada vuestra gran
pureza; y al Hijo que pariéredeis le dará Dios el trono de
su padre David, y su reino será eterno en la casa de
Jacob (Ib. 32). No ignoráis, Señora, la profecía de Isaías,
que concebirá una virgen y parirá un hijo que se llamará
Emmanuel, que es Dios con nosotros (Is., 7, 14). Esta
profecía es infaílible y se ha de cumplir en vuestra
persona. Asimismo sabéis el gran misterio de la zarza
que vio Moisés ardiendo sin ofenderla el fuego (Ex., 3, 2),
para significar en esto las dos naturalezas divina y
humana, sin que ésta sea consumida de la divina, y que
la Madre del Mesías le concebirá y parirá sin que su
pureza virginal quede violada. Acordaos también,
86
Señora, de la promesa que hizo nuestro Dios eterno al
Patriarca Abrahán, que después del cautiverio de su
posteridad en Egipto a la cuarta generación (Gén., 15,
16) volverían a esta tierra; y el misterio de esta promesa
era que en esta cuarta generación (El misterio de esta
cuarta generación es que se hallan cuatro generaciones:
primera de Adán sin padre ni madre; segunda, de Eva sin
madre; tercera, concepción de padre y madre, que es la
común de todos; cuarta, de madre sin padre, que es la de
Jesucristo Nuestro Señor) por Vuestro medio rescataría
Dios humanado a todo el linaje de Adán de la opresión
del demonio. Y aquella escala que vio Jacob dormido
(Gén., 28, 12), fue una figura expresa del camino real que
el Verbo Eterno en carne humana abriría, para que los
mortales subiesen a los cielos y los ángeles bajasen a la
tierra, a donde bajaría el Unigénito del Padre para
conversar en ella con los hombres y comunicarles los
tesoros de su divinidad con la participación de las
virtudes y perfecciones que están en su ser inmutable y
eterno.
135. Con estas razones y otras muchas informó el
embajador del cielo a María Santísima, para quitarla la
turbación de su embajada con la noticia de las antiguas
promesas y profecías de la Escritura y con la fe y
conocimiento de ellas y del poder infinito del Altísimo.
Pero como la misma Señora excedía a los mismos ángeles
en sabiduría, prudencia y toda santidad, deteníase en la
respuesta para darla con el acuerdo que la dio; porque
fue tal cual convenía al mayor de los misterios y
sacramentos del poder Divino. Ponderó esta gran Señora
que de su respuesta estaba pendiente el desempeño de
la Beatísima Trinidad, el cumplimiento de sus promesas y
profecías, el más agradable y acepto sacrificio de
cuantos se le habían ofrecido, el abrir las puertas del
paraíso, la victoria y triunfo del infierno, la redención de
todo el linaje humano, la satisfacción y recompensa de la
87
Divina justicia, la fundación de la nueva ley de gracia, la
gloria de los hombres, el gozo de los ángeles y todo lo
que se contiene en haberse de humanar el Unigénito del
Padre y tomar forma de siervo (Flp., 2, 7) en sus virginales
entrañas.
136. Grande maravilla por cierto, y digna de nuestra
admiración, que todos estos misterios, y los que cada uno
encierra, los dejase el Altísimo en mano de una humilde
doncella y todo dependiese de su fíat. Pero digna y
seguramente lo remitió a la sabiduría y fortaleza de esta
mujer fuerte, que pensándolo con tanta magnificencia y
altura no le dejó frustrada su confianza que tenía en ella
(Prov., 31, 11). Las obras que se quedan dentro del mismo
Dios no necesitan de la cooperación de criaturas, que no
pueden tener parte en ellas, ni Dios puede esperarlas
para obrar ad intra; pero en las obras ad extra contingentes,
entre las cuales la mayor y más excelente fue
hacerse hombre, no la quiso ejecutar sin la cooperación
de María Santísima y sin que ella diese su libre
consentimiento; para que con ella y por ella diese este
complemento a todas sus obras, que sacó a luz fuera de
sí mismo, para que le debiésemos este beneficio a la
Madre de la sabiduría y nuestra Reparadora.
137. Consideró y penetró profundamente esta gran
Señora el campo tan espacioso de la dignidad de Madre
de Dios para comprarle (Ib. 16ss.) con un fíat; vistióse de
fortaleza más que humana y gustó y vio cuán buena era
la negociación y comercio de la Divinidad. Entendió las
sendas de sus ocultos beneficios, adornóse de fortaleza y
hermosura; y habiendo conferido consigo misma y con el
paraninfo celestial Gabriel la grandeza de tan altos y
divinos sacramentos, estando muy capaz de la embajada
que recibía, fue su purísimo espíritu absorto y elevado en
admiración, reverencia y sumo intensísimo amor del
mismo Dios; y con la fuerza de estos movimientos y
88
afectos soberanos, como con efecto connatural de ellos,
fue su castísimo corazón casi prensado y comprimido con
una fuerza que le hizo destilar tres gotas de su purísima
sangre y, puestas en el natural lugar para la concepción
del cuerpo de Cristo Señor nuestro, fue formado de ellas
por la virtud del Divino y Santo Espíritu; de suerte que la
materia de que se fabricó la humanidad santísima del
Verbo para nuestra redención, la dio y administró el
Corazón de María Purísima a fuerza de amor, real y
verdaderamente. Y al mismo tiempo con la humildad
nunca harto encarecida, inclinando un poco la cabeza y
juntas las manos, pronunció aquellas palabras que fueron
el principio de nuestra reparación: Ecce ancilla Domini,
fíat mihi secundum verbum tuum (Lc., 1, 38).
138. Al pronunciar este fíat tan dulce para los oídos de
Dios y tan feliz para nosotros, en un instante se obraron
cuatro cosas: la primera, formarse el cuerpo santísimo de
Cristo Señor nuestro de aquellas tres gotas de sangre
que administró el corazón de María Santísima; la
segunda, ser criada el alma santísima del mismo Señor,
que también fue criada como las demás; la tercera,
unirse el alma y cuerpo y componer su humanidad
perfectísima; la cuarta, unirse la divinidad en la persona
del Verbo con la humanidad, que con ella unida
hipostáticamente hizo en un supuesto la Encarnación, y
fue formado Cristo Dios y hombre verdadero. Señor y
Redentor nuestro. Sucedió esto viernes a 25 de marzo al
romper del alba, o a los crepúsculos de la luz, a la misma
hora que fue formado nuestro primer padre Adán, y en el
año de la creación del mundo de cinco mil ciento noventa
y nueve, como lo cuenta la Iglesia romana en el
Martirologio, gobernada por el Espíritu Santo. Esta
cuenta es la verdadera y cierta, y así se me ha
declarado, preguntándolo por orden de la obediencia. Y
conforme a esto, el mundo fue criado por el mes de
marzo, que corresponde a su principio de la creación; y
89
porque las obras del Altísimo todas son perfectas (Dt., 32,
4) y acabadas, las plantas y los árboles salieron de la
mano de Su Majestad con frutos, y siempre los tuvieran
sin perderlos si el pecado no hubiera alterado a toda la
naturaleza, como lo diré de intento en otro tratado, si
fuere voluntad del Señor, y lo dejo ahora por no pertenecer
a éste.
139. En el mismo instante de tiempo que celebró el
Todopoderoso las bodas de la unión hipostática en el
tálamo virginal de María Santísima, fue la divina Señora
elevada a la visión beatífica y se le manifestó la
Divinidad intuitiva y claramente y conoció en ella altísimos
sacramentos, de que hablaré en el capítulo
siguiente. Especialmente se le mostraron patentes los
secretos de aquellas cifras que recibió en el adorno que
dejo dicho (Cf. supra n.82) la pusieron en el capítulo 7, y
también las que traían sus ángeles. El divino niño iba
creciendo naturalmente en el lugar del útero con el
alimento, sustancia y sangre de la Madre Santísima,
como los demás hombres, aunque más libre y exento de
las imperfecciones que los demás hijos de Adán padecen
en aquel lugar y estado; porque de algunas accidentales
y no pertenecientes a la sustancia de la generación, que
son efectos del pecado, estuvo libre la Emperatriz del
cielo, y de las superfluidades imperfectas que en las
mujeres son naturales y comunes, de que los demás niños
se forman, sustentan y crecen; pues para dar la materia
que le faltaba de la naturaleza infecta de las
descendientes de Eva, sucedía que se la administraba,
ejercitando actos heroicos de las virtudes, y en especial
de la caridad. Y como las operaciones fervorosas del
alma y los afectos amorosos naturalmente alteran los
humores y sangre, encaminábala la Divina Providencia al
sustento del Niño Divino, con que era alimentada naturalmente
la humanidad de nuestro Redentor y la
Divinidad recreada con el beneplácito de heroicas
90
virtudes. De manera que María Santísima administró al
Espíritu Santo, para la formación del cuerpo, sangre pura,
limpia, como concebida sin pecado, y libre de sus pensiones.
Y la que en las demás madres, para ir creciendo
los hijos, es imperfecta e inmunda, la Reina del cielo
daba la más pura, sustancial y delicada, porque a poder
de afectos de amor y de las demás virtudes se la
comunicaba, y también la sustancia de lo mismo que la
divina Reina comía. Y como sabía que el ejercicio de
sustentarse ella era para dar alimento al Hijo de Dios y
suyo, tomábale siempre con actos tan heroicos, que
admiraba a los espíritus angélicos que en acciones
humanas tan comunes pudiese haber realces tan
soberanos de merecimiento y de agrado del Señor.
140. Quedó esta divina Señora en la posesión de Madre
del mismo Dios con tales privilegios, que cuantos he
dicho hasta ahora y diré adelante no son aún lo menos de
su excelencia, ni mi lengua lo puede manifestar; porque
ni al entendimiento le es posible debidamente
concebirlo, ni los más doctos ni sabios hallarán términos
adecuados para explicarlos. Los humildes, que entienden
el arte del amor divino, lo conocerán por la luz infusa y
por el gusto y sabor interior con que se perciben tales
sacramentos. No sólo quedó María Santísima hecha cielo,
templo y habitación de la Santísima Trinidad y
transformada, elevada y deificada con la especial y
nueva asistencia de la Divinidad en su vientre purísimo,
pero también aquella humilde casa y pobre oratorio
quedó todo divinizado y consagrado por nuevo santuario
del Señor. Y los divinos espíritus, que testigos de esta
maravilla asistían a contemplarla, con nuevos cánticos de
alabanza y con indecible júbilo engrandecían al
Omnipotente y en compañía de la felicísima Madre le
bendecían en su nombre, y del linaje humano, que
ignoraba el mayor de sus beneficios y misericordias.
91
Doctrina de la Reina Santísima María.
141. Hija mía, admirada te veo, con razón, por haber
conocido con nueva luz el misterio de humillarse la
divinidad a unirse con la naturaleza humana en el vientre
de una pobre doncella como yo lo era. Quiero, pues,
carísima, que conviertas la atención a ti misma y
ponderes que se humilló Dios viniendo a mis entrañas, no
para mí sola, mas también para ti misma como para mí.
El Señor es infinito en misericordias y su amor no tiene
límite; y de tal manera atiende y asiste a cualquiera de
las almas que le reciben y se regala con ella, como si
sola aquélla hubiera criado y por ella se hubiera hecho
hombre. Por esta razón debes considerarte como sola en
el mundo, para agradecer con todas tus fuerzas de afecto
la venida del Señor a él; y después le darás gracias,
porque juntamente vino para todos. Y si con viva fe
entiendes y confiesas que el mismo Dios, infinito en
atributos y eterno en la majestad, que bajó a tomar carne
humana en mis entrañas, ese mismo te busca, te llama, te
regala, acaricia y se convierte a ti todo (Gal., 2, 20), como
si fueras tú sola criatura suya, pondera bien y considera a
qué te obliga tan admirable dignación y convierte esta
admiración en actos vivos de fe y de amor; pues todo lo
debes a tal Rey y Señor, que se dignó de venir a ti,
cuando no le pudiste buscar ni alcanzar.
142. Todo cuanto este Señor te puede dar fuera de sí
mismo te pareciera mucho, mirándolo con luz y afecto
humano, sin atender a lo superior. Y es verdad que de la
mano de tan eminente y supremo Rey cualquiera dádiva
es digna de estimación. Pero si atiendes al mismo Dios y
le conoces con luz Divina y sabes que te hizo capaz de su
divinidad, entonces verás que si ella no se te comunicara
y viniera Dios a ti todo lo criado fuera nada y
despreciable para ti, y sólo te gozarás y quietarás con
saber que tienes tal Dios, tan amoroso, amable, tan
92
poderoso, suave, rico, y que siendo tal y tan infinito, se
digna de humillarse a tu bajeza para levantarte del polvo
y enriquecer tu pobreza y hacer contigo oficio de pastor,
de padre, de esposo y amigo fidelísimo.
143. Atiende, pues, hija mía, en tu secreto a los efectos
de esta verdad. Pondera bien y confiere el amor
dulcísimo de este gran Rey para contigo en su
puntualidad, en sus regalos y caricias, en los favores que
recibes, en los trabajos que de ti fía, en la lucerna que ha
encendido su Divina ciencia en tu pecho para conocer
altamente la infinita grandeza de su mismo ser, lo
admirable de sus obras y misterios más ocultos. Esta
ciencia es el primer ser y principio, la base y fundamento
de la doctrina que te he dado para que llegues a conocer
el decoro y magnificencia con que has de tratar los
favores y beneficios de este Señor y Dios, tu verdadero
bien, tesoro, luz y guía. Mírale como a Dios infinito,
amoroso y terrible. Oye, carísima, mis palabras, mi
enseñanza y disciplina, que en ella está la paz y lumbre
de los ojos.
CAPITULO 12
De las operaciones que hizo el alma santísima de
Cristo Señor nuestro en el primer instante de su
concepción, y lo que obró entonces su Madre Purísima.
144. Para entender mejor las primeras operaciones del
alma santísima de Cristo nuestro Señor, suponemos lo
que en el capítulo pasado, núm. 138, queda advertido:
que todo lo sustancial de este divino misterio, como es la
formación del cuerpo, creación e infusión del alma y la
unión de la individua humanidad con la Persona del
Verbo, sucedió y se obró en un instante; de manera que
no podemos decir que en algún instante de tiempo fue
Cristo nuestro bien hombre puro, porque siempre fue
93
hombre y Dios verdadero; pues cuando había de llegar la
humanidad a llamarse hombre ya era y se halló Dios, y
así no se pudo llamar hombre solo ni en un instante, sino
Hombre-Dios y Dios-Hombre. Y como al ser natural, siendo
operativo se puede seguir luego la operación y acción de
sus potencias, por esto en el mismo instante que se
ejecutó la Encarnación fue beatificada el alma santísima
de Cristo nuestro Señor con la visión y amor beatífico,
topando luego —a nuestro modo de entender— sus
potencias de entendimiento y voluntad con la misma divinidad
que su ser de naturaleza había topado,
uniéndose a ella por su sustancia, y las potencias por sus
operaciones perfectísimas, al mismo ser de Dios, para
que en el ser y obrar quedase todo deificado.
145. La grande admiración de este sacramento es que
tanta gloria, y de más a más toda la grandeza de la
Divinidad inmensa, estuviesen resumidas en tan pequeño
epílogo, como un cuerpecito no mayor que una abeja o
una almendra no muy grande, porque no era mayor que
esto la cuantidad del cuerpo santísimo de Cristo Señor
nuestro, cuando se celebró la concepción y unión
hipostática; y que asimismo quedase aquella gran
pequeñez con suma gloria y pasibilidad, porque
juntamente fue su humanidad gloriosa y pasible, fue
comprensor y viador. Pero el mismo Dios, que en su poder
y sabiduría es infinito, pudo estrechar tanto y encoger su
misma divinidad siempre infinita, que sin dejar de serlo
la encerrase en la corta esfera de un cuerpo tan pequeño
por admirable y con nuevo modo de estar en él. Y con la
misma omnipotencia hizo que aquella alma santísima de
Cristo nuestro Señor en la parte superior de las más
nobles operaciones fuese gloriosa y comprensora, y que
toda aquella gloria sin medida quedase como represada
en lo supremo de su alma, y suspensos los efectos y dotes
que había de comunicar consiguientemente a su cuerpo,
para que según esta razón fuese juntamente pasible y
94
viador, sólo para dar lugar a nuestra redención por
medio de su cruz, pasión y muerte.
146. Para obrar todas estas operaciones y las demás
que había de hacer la santísima humanidad, se le
infundieron en el mismo instante de su concepción todos
los hábitos que convenían a sus potencias y eran
necesarios para las acciones y operaciones, así de comprensor
como de pasible y viador; y así tuvo ciencia
beata e infusa, tuvo gracia justificante y los dones del
Espíritu Santo, que, como dice Isaías (Is., 11, 2),
descansaron en Cristo. Tuvo todas las virtudes, excepto la
fe y esperanza, que no se compadecían con la visión y
posesión beatífica. Y si alguna otra virtud hay que
suponga alguna imperfección en el que la tiene, no podía
estar en el Santo de los santos, que ni pudo hacer pecado
ni se halló dolo en su boca (Is., 53, 9; 1 Pe., 2, 22). De la
dignidad y excelencia de la ciencia y gracia, virtudes y
perfecciones de Cristo nuestro Señor, no es necesario
hacer aquí más relación, porque esto enseñan los
sagrados doctores y los maestros de teología largamente.
Basta para mí saber que todo fue tan perfecto cuanto
pudo extenderse el poder Divino y a donde no alcanza el
juicio humano, porque donde estaba la misma fuente
(Sal., 35, 10), que es la Divinidad, había de beber aquella
alma santísima de Cristo del torrente sin límite ni tasa,
como dice David (Sal., 109, 7). Así tuvo plenitud de todas
las virtudes y perfecciones.
147. Deificada y adornada el alma santísima de Cristo
nuestro Señor con la Divinidad y sus dones, el orden que
tuvieron sus operaciones fue éste: la primera, ver y
conocer la Divinidad intuitivamente como es en sí y como
estaba unida a su humanidad santísima; luego, amarla
con sumo amor beatífico; tras de esto, reconocer el ser de
la humanidad inferior al ser de Dios; y se humilló profundísimamente,
y con esta humillación dio gracias al
95
inmutable ser de Dios por haberle criado y por el
beneficio de la unión hipostática, con que le levantó al
ser de Dios, juntamente siendo hombre. Conoció también
cómo su humanidad santísima era pasible y el fin de la
redención, y con este conocimiento se ofreció en
sacrificio acepto por Redentor del linaje humano y
admitiendo el ser pasible en nombre suyo y de los
hombres dio gracias al Eterno Padre. Reconoció la
compostura de su humanidad santísima, la materia de
que había sido formada y cómo María Purísima se la
administró a fuerza de caridad y de ejercitar heroicas
virtudes. Tomó la posesión de aquel santo tabernáculo y
morada, agradóse de él y de su hermosura eminentísima
y complacióse y adjudicóse por propiedad suya para in
aeternum el alma de la más perfecta y pura criatura.
Alabó al Eterno Padre porque la había criado con tan
excelentísimos realces de gracias y dones y porque la
había hecho exenta y libre de la común ley del pecado en
que todos los descendientes de Adán habían incurrido,
siendo hija suya. Oró por la Purísima Señora y por San
José, pidió la salud eterna para ellos. Todas estas obras y
otras que hizo fueron altísimas, como de hombre y Dios
verdadero y, fuera de las que tocan a la visión y amor
beatífico, con todas y con cualquiera de ellas mereció
tanto que con su valor y precio se pudieran redimir
infinitos mundos, si fuera posible que los hubiera.
148. Y con solo el acto de obediencia que hizo la
santísima humanidad unida al Verbo, de admitir la
pasibilidad y que la gloria de su alma no resultase al
cuerpo, fuera superabundante nuestra redención. Mas
aunque sobreabundaba para nuestro remedio, no
saciaba su amor inmenso para los hombres, si con
voluntad efectiva no nos amara hasta el fin del amor (Jn.,
13, 1) que era el mismo fin de su vida, entregándola por
nosotros con las demostraciones y condiciones de mayor
afecto que el entendimiento humano y angélico pudo
96
imaginar. Y si al primer instante que entró en el mundo
nos enriqueció tanto, ¡qué tesoros, qué riquezas de
merecimientos nos dejaría cuando salió de él, por su
pasión y muerte de Cruz, después de treinta y tres años
de trabajos y operaciones tan divinas! ¡Oh inmenso
amor!, ¡oh caridad sin término!, ¡oh misericordia sin
medida!, ¡oh piedad liberalísima! y ¡oh ingratitud y olvido
torpísimo de los mortales a la vista de tan inaudito
como importante beneficio! ¿Qué fuera de nosotros sin
Él? Y ¿qué hiciéramos con este Señor y Redentor nuestro,
si él hubiera hecho menos por nosotros, pues no nos
obliga y mueve haber hecho todo lo que pudo? Si no le
correspondemos como Redentor que nos dio vida y
libertad eterna, oigámosle como maestro, sigámosle
como capitán, como luz y caudillo que nos enseña el
camino de nuestra verdadera felicidad.
149. No trabajó este Señor y Maestro para sí, ni merecía
el premio de su alma santísima, ni los aumentos de su
gracia, mereciéndolo todo para nosotros; porque Él no lo
había menester, ni podía recibir aumento de gracia ni de
gloria, que de todo estaba lleno, como dijo el evangelista
(Jn., 1, 14), porque era Unigénito del Padre, junto con
ser hombre. No tuvo en esto símil ni lo puede tener,
porque todos los Santos y puras criaturas merecieron
para sí mismos y trabajaron con fin de su premio; sólo el
amor de Cristo fue sin interés todo para nosotros. Y si
estudió y aprovechó (Lc., 2, 52) en la escuela de la
experiencia, eso mismo hizo también para enseñarnos y
enriquecernos con la experiencia de la obediencia (Heb.,
5, 8) y con los méritos infinitos que alcanzó y con el
ejemplo que nos dio (1 Pe., 2, 21) para que fuésemos
doctos y sabios en el arte del amor; que no se aprende
perfectamente con solos los afectos y deseos, si no se
pone en práctica con obras verdaderas y efectivas. En los
misterios de la vida santísima de Cristo nuestro Señor no
me alargaré, por mi incapacidad, y me remitiré a los
97
evangelistas, tomando sólo aquello que fuere necesario
para esta divina Historia de su Madre y Señora nuestra;
porque estando tan juntas y encadenadas las vidas del
Hijo y Madre santísimos, no puedo excusarme de tomar
algo de los Evangelios y añadir también otras cosas que
ellos no dijeron, porque no era necesario para su historia,
ni para los primeros tiempos de la Iglesia Católica.
150. A todas las operaciones dichas, que obró Cristo
Señor nuestro en el instante de su concepción, se siguió
en otro instante la visión beatífica de la divinidad que
tuvo su Madre Santísima, como queda dicho en el
capítulo pasado, núm. 139; y en un instante de tiempo
puede haber muchos que llaman de naturaleza. En esta
visión conoció la divina Señora con claridad y distinción
el misterio de la unión hipostática de las dos naturalezas
divina y humana en la Persona del Verbo Eterno, y la
Beatísima Trinidad la confirmó en el título, nombre y
derecho de Madre de Dios, como en toda verdad y rigor
lo era, siendo madre natural de un hijo que era Dios
eterno, con la misma certeza y verdad que era hombre. Y
aunque esta gran Señora no cooperó inmediatamente a
la unión de la Divinidad con la humanidad, no por esto
perdía el derecho de Madre verdadera de Dios, pues
concurrió administrando la materia y cooperando con sus
potencias, en cuanto le tocaba como madre; y más madre
que las otras, pues en aquella concepción y generación
concurría ella sola sin obra de varón. Y como en las otras
generaciones se llaman padre y madre los agentes que
concurren con el concurso natural que a cada uno le dio
la naturaleza, aunque no concurran inmediatamente a la
creación del alma ni infusión de ella en el cuerpo del hijo,
así también y con mayor razón María Santísima se debía
llamar y se llama Madre de Dios, pues en la generación
de Cristo, Dios y hombre verdadero, sola ella concurrió
como Madre sin otra causa natural y mediante este
concurso y generación nació Cristo hombre y Dios.
98
151. Conoció asimismo en esta visión la Virgen Madre
todos los misterios futuros de la vida y muerte de su Hijo
dulcísimo y de la redención del linaje humano y nueva ley
del Evangelio que con ella se había de fundar, y otros
grandiosos y ocultos secretos que a ningún otro santo se
le manifestaron. Viéndose la prudentísima Reina en la
presencia clara de la Divinidad y con la plenitud de
ciencia y dones que como a Madre del Verbo se le
dieron, humillóse ante el trono de Su Majestad inmensa y
toda deshecha en su humildad y amor adoró al Señor en
su ser infinito y luego en la unión de la humanidad
santísima. Diole gracias por el beneficio y dignidad de
Madre que había recibido y por el que hacía Su Majestad
a todo el linaje humano. Diole alabanzas y gloria por
todos los mortales. Ofrecióse en sacrificio acepto, para
servir, criar y alimentar a su Hijo dulcísimo y para
asistirle y cooperar, cuanto de su parte fuese posible, a
la obra de la redención, y la Santísima Trinidad la
admitió y señaló por coadjutora para este sacramento.
Pidió nueva gracia y luz divina para esto y para
gobernarse en la dignidad y ministerio de Madre del
Verbo humanado y tratarle con la veneración y
magnificencia debida al mismo Dios. Ofreció a su Hijo
Santísimo todos los hijos de Adán futuros, con los padres
del limbo, y en nombre de todos y de sí misma hizo
muchos actos heroicos de virtudes y grandes peticiones,
que no me detengo en referirlas por haber dicho otras en
diferentes ocasiones (Cf. supra n. 11, 50, 53, 88, 93; antes
p. I n. 233, 334, 438), de que se puede colegir lo que haría
la divina Reina en ésta que excedía tanto a todo lo
demás, hasta aquel dichoso y feliz día.
152. En la petición que hizo para gobernarse dignamente
como Madre del Unigénito del Padre, fue más instante y
afectuosa con el Altísimo, porque a esto le obligaba su
humilde corazón y estaba más de próximo la razón de su
99
encogimiento y deseaba ser gobernada en este oficio de
madre para todas sus acciones. Respondióla el Todopoderoso:
Paloma mía, no temas, que yo te asistiré y
gobernaré, ordenándote todo lo que hubieres de hacer
con mi Hijo Unigénito.— Con esta promesa volvió y salió
del éxtasis en que había sucedido todo lo que he dicho, y
fue el más admirable que tuvo. Restituida a sus sentidos,
lo primero que hizo fue postrarse en tierra y adorar a su
Hijo Santísimo, Dios y hombre, concebido en su virginal
vientre; porque esta acción no la había hecho con las
potencias y sentidos corporales y exteriores, y ninguna de
las que pudo hacer en obsequio de su Criador, dejó
pasarle ni de ejecutarla la prudentísima Madre. Desde
entonces reconoció y sintió nuevos efectos divinos en su
alma santísima y en todas sus potencias interiores y exteriores.
Y aunque toda su vida había tenido nobilísimo
estado en la disposición de su alma y cuerpo santísimo,
pero desde este día de la Encarnación del Verbo quedó
más espiritualizada y divinizada con nuevos realces de
gracia y dones indecibles.
153. Pero nadie piense que todos estos favores y unión
con la Divinidad y humanidad de su Hijo Santísimo lo
recibió la purísima Madre para que viviese siempre en
delicias espirituales, gozando y no padeciendo. No fue
así, porque, a imitación de su dulcísimo Hijo, en el modo
posible, vivió esta Señora gozando y padeciendo
juntamente, sirviéndole de instrumento penetrante para
su corazón la memoria y noticia tan alta que había
recibido de los trabajos y muerte de su Hijo Santísimo. Y
este dolor se medía con la ciencia y con el amor que tal
Madre debía y tenía a tal Hijo y frecuentemente se le
renovaba con su presencia y conversación. Y aunque toda
la vida de Cristo y de su Madre Santísimos fue un
continuado martirio y ejercicio de la Cruz, padeciendo
incesantes penalidades y trabajos, pero en el
candidísimo y amoroso corazón de la divina Señora hubo
100
este linaje especial de padecer: que siempre traía presente
la pasión, tormentos, ignominias y muerte de su
Hijo. Y con el dolor de treinta y tres años continuados
celebró la vigilia tan larga de nuestra redención, estando
oculto este sacramento en su pecho solo, sin compañía ni
alivio de criaturas.
154. Con este doloroso amor, llena de dulzura
amarga, solía muchas veces atender a su Hijo Santísimo,
y antes y después de su nacimiento, hablándole en lo
íntimo del corazón, le repetía estas razones: Señor y
Dueño de mi alma, hijo dulcísimo de mis entrañas, ¿cómo
me habéis dado la posesión de madre con la dolorosa
pensión de haberos de perder quedando huérfana, sin
vuestra deseable compañía? Apenas tenéis cuerpo donde
recibir la vida, cuando ya conocéis la sentencia, de
vuestra dolorosa muerte para rescate de los hombres. La
primera de vuestras obras fuera de sobreabundante
precio y satisfacción de sus pecados. ¡Oh si con esto se
diera por satisfecha la justicia del Eterno Padre, y la
muerte y los tormentos se ejecutaran en mí! De mi sangre
y de mi ser habéis tomado cuerpo, sin el cual no fuera
posible padecer vos, que sois Dios impasible e inmortal.
Pues si yo administré el instrumento o el sujeto de los
dolores, padezca yo también con vos la misma muerte.
¡Oh inhumana culpa, cómo siendo tan cruel y causa de
tantos males has merecido llegar a tanta dicha, que
fuese su Reparador el mismo que por ser el sumo bien te
pudo hacer feliz! ¡Oh dulcísimo Hijo y amor mío, quién te
sirviera de resguardo, quién te defendiera de tus
enemigos! ¡Oh si fuera voluntad del Padre que yo te
guardara y apartara de la muerte y muriera en tu
compañía y no te apartaras de la mía! Pero no sucederá
ahora lo que al Patriarca Abrahán, porque se ejecutará lo
determinado. Cúmplase la voluntad del Señor.—Estos
suspiros amorosos repetía muchas veces nuestra Reina,
como diré adelante (Cf. infra n. 513, 601, 611, 685, etc.),
101
aceptándolos el Eterno Padre por sacrificio agradable y
siendo dulce regalo para el Hijo Santísimo.
Doctrina que me dio nuestra Reina y Señora.
155. Hija mía, pues con la fe y luz divina llegaste a
conocer la grandeza de la Divinidad y su inefable
dignación en descender del cielo para ti y para todos los
mortales, no recibas estos beneficios para que en ti sean
ociosos y sin fruto. Adora el ser de Dios con profunda
reverencia y alábale por lo que conoces de su bondad.
No recibas la luz y gracia en vano (2 Cor., 6, 1), y sírvate
de ejemplar y estímulo lo que hizo mi Hijo Santísimo, y yo
a su imitación, como lo has conocido; pues siendo
verdadero Dios, y yo Madre suya, porque en cuanto
hombre era criada su humanidad santísima,
reconocimos nuestro ser humano y nos humillamos y
confesamos la divinidad más que ninguna criatura puede
comprender. Esta reverencia y culto has de ofrecer a Dios
en todo tiempo y lugar sin diferencia, pero más
especialmente cuando recibes al mismo Señor
Sacramentado. En este admirable Sacramento vienen y
están en ti por nuevo modo incomprensible la Divinidad y
humanidad de mi Hijo Santísimo y se manifiesta su
magnífica dignación, poco advertida y respetada de los
mortales para dar el retorno de tanto amor.
156. Sea, pues, tu reconocimiento con tan profunda
humildad, reverencia y culto, cuanto alcanzaren todas tus
fuerzas y potencias, pues aunque más se adelanten y
extiendan será menos de lo que tú debes y Dios merece.
Y para que suplas en lo posible tu insuficiencia, ofrecerás
lo que mi Hijo Santísimo y yo hicimos, y juntarás tu
espíritu y afecto con el de la Iglesia triunfante y militante,
y con él pedirás, ofreciendo para esto tu misma vida, que
todas las naciones vengan a conocer, confesar y adorar a
su verdadero Dios humanado por todos; y agradece los
102
beneficios que ha hecho y hace a todos los que le
conocen y le ignoran, a los que le confiesan y niegan. Y
sobre todo quiero de ti, carísima, lo que al Señor será
muy acepto, y a mí será muy agradable, que te duelas y
con dulce afecto te lastimes de la grosería e ignorancia,
tardanza y peligro de los hijos de los hombres, de la
ingratitud de los fieles hijos de la Iglesia, que han
recibido la luz de la fe divina y viven tan olvidados en su
interior de estas obras y beneficios de la Encarnación, y
aun del mismo Dios, que sólo parece se diferencian de los
infieles en algunas ceremonias y obras del culto exterior;
pero éstas hacen sin alma y sentimiento del corazón y
muchas veces en ellas ofenden y provocan la Divina
justicia que debían aplacar.
157. Esta ignorancia y torpeza les nace de no se disponer
para adquirir y alcanzar la verdadera ciencia del
Altísimo, y así merecen que se aparte de ellos la Divina
luz y los deje en la posesión de sus pesadas tinieblas, con
que se hacen más indignos que los mismos infieles y su
castigo será mayor sin comparación. Duélete de tanto
daño de tus prójimos y pide el remedio con lo íntimo de
tu corazón. Y para que te alejes más de tan formidable
peligro, no niegues los favores y beneficios que recibes,
ni con color de ser humilde los desprecies ni olvides.
Acuérdate y confiere en tu corazón cuán lejos tomó la
corrida (Sal., 18, 7) la gracia del Altísimo para llamarte.
Considera cómo te ha esperado consolándote,
asegurándote en tus dudas, pacificando tus temores,
disimulando y perdonando tus faltas, multiplicando
favores, caricias y beneficios. Y te aseguro, hija mía, que
debes confesar de corazón que no hizo el Altísimo tal con
ninguna otra generación, pues tú nada valías ni podías,
antes eras pobre y más inútil que otras. Sea tu
agradecimiento mayor que de todas las criaturas.
CAPITULO 13
103
Declárese el estado en que quedó María Santísima
después de la Encarnación del Verbo Divino en su virginal
vientre.
158. Cuanto voy descubriendo más los divinos efectos y
disposición que resultaron en la Reina del Cielo después
de concebir al Verbo Eterno, tantas más dificultades se
me ofrecen para continuar esta obra, por hallarme
anegada en altos y encumbrados misterios y con razones
y términos tan desiguales a lo que de ellos entiendo. Pero
siente mi alma tal suavidad y dulzura en este propio
defecto, que no me deja arrepentir de todo lo intentado,
y la obediencia me anima y aun me compele para vencer
lo que en un ánimo débil de mujer fuera muy violento, si
me faltara la seguridad y fuerza de este apoyo para
explicarme; y más en este capítulo, que se me han
propuesto los dotes de gloria que los bienaventurados
gozan en el Cielo, con cuyo ejemplo manifestaré lo que
entiendo del estado que tuvo la divina emperatriz María,
después que fue Madre del mismo Dios.
159. Dos cosas considero para mi intento en los
bienaventurados: la una de parte suya, la otra de parte
del mismo Dios. De esta parte del Señor hay la Divinidad
clara y manifiesta con todas sus perfecciones y atributos,
que se llama objeto beatífico, gloria y felicidad objetiva y
último fin donde se termina y descansa toda criatura. De
parte de los santos se hallan las operaciones beatíficas
de la visión y amor y otras que se siguen a éstas en aquel
estado felicísimo que ni ojos vieron, ni oídos oyeron, ni
pudo caer en pensamiento de los hombres (Is., 64, 4; 1
Cor., 2, 9). Entre los dones y efectos de esta gloria que
tienen los santos, hay algunos que se llaman dotes, y se
los dan, como a la Esposa, para el estado del matrimonio
espiritual que han de consumar en el gozo de la eterna
felicidad. Y como la esposa temporal adquiere el dominio
104
y señorío de su dote y el usufructo es común a ella y al
esposo, así también en la gloria estos dotes se les dan a
los Santos como propios suyos y el uso es común a Dios,
en cuanto se glorifica en sus Santos, y a ellos, en cuanto
gozan de estos inefables dones, que según los méritos y
dignidad de cada uno son más o menos excelentes. Pero
no los reciben más de los Santos, que son de la
naturaleza del Esposo, que es Cristo nuestro bien, que
son los hombres y no los ángeles; porque el Verbo
humanado no hizo con los ángeles el desposorio (Hech.,
2, 16) que celebró con la humana naturaleza, juntándose
con ella en aquel gran sacramento que dijo el Apóstol
(Ef., 5, 32), en Cristo y en la Iglesia. Y como el esposo
Cristo en cuanto hombre consta, como los demás, de
alma y cuerpo, y todo se ha de glorificar en su presencia,
por eso los dotes de gloria pertenecen al alma y cuerpo.
Tres tocan al alma, que se llaman visión, comprensión y
fruición; y cuatro al cuerpo: claridad, impasibilidad,
sutilidad y agilidad, y éstos son propiamente efectos de
la gloria que tiene el alma.
160. De todos estos dotes tuvo nuestra reina María
alguna participación en esta vida, especialmente
después de la encarnación del Verbo Eterno en su vientre
virginal. Y aunque es verdad que a los bienaventurados
se les dan los dotes como a compresores, en prendas y
arras de la eterna felicidad inamisible y como en firmeza
de aquel estado que jamás se ha de mudar, y por esto no
se conceden a los viadores, pero con todo eso, se le
concedieron a María Santísima en algún modo, no como
comprensora sino como viadora, no de asiento pero como
a tiempos y de paso y con la diferencia que diremos. Y
para que se entienda mejor la conveniencia de este raro
beneficio con la soberana Reina, se advierta lo que
dijimos en el capítulo 7 y en los demás (Cf. supra n. 70-
122) hasta el de la Encarnación; que en ellos se declara
la disposición y desposorio con que previno el Altísimo a
105
su Madre Santísima para levantarla a esta dignidad. Y el
día que en su virginal vientre tomó carne humana el
divino Verbo se consumó este matrimonio espiritual en
algún modo, en cuanto a esta divina Señora, con la visión
beatífica tan excelente y levantada que se le concedió
aquel día, como queda dicho (Cf. supra n. 39); aunque
para todos los demás fieles fue como desposorio (Os., 2,
19) que se consumará en la patria celestial.
161. Tenía otra condición nuestra gran Reina y Señora
para estos privilegios: que estaba exenta de toda culpa
actual y original y confirmada en gracia con
impecabilidad actual; y con estas condiciones estaba
capaz para celebrar este matrimonio en nombre de la
Iglesia militante y comprometer todos en ella, para que
en el mismo punto que fue Madre del Reparador se
estrenasen en ella sus merecimientos previstos, y con
aquella gloria y visión transeúnte de la divinidad
quedase como por fiadora abonada de que no se les
negaría el mismo premio a todos los hijos de Adán, si se
disponían a merecerlo con la gracia de su Redentor. Era
asimismo de mucho agrado para el Divino Verbo
humanado que luego su ardentísimo amor y
merecimientos infinitos se lograsen en la que juntamente
era su Madre, su primera Esposa y tálamo de la
Divinidad, y que el premio acompañase al mérito donde
no se hallaba impedimento. Y con estos privilegios y
favores que hacía Cristo nuestro bien a su Madre
Santísima, satisfacía y saciaba en parte el amor que la
tenía, y con ella a todos los mortales; porque para el
amor Divino era plazo largo esperar treinta y tres años
para manifestar su Divinidad a su misma Madre. Y
aunque otras veces le había hecho este beneficio —como
se dijo en la primera parte (Cf. supra p. 1 n. 333, 430)0—
pero en esta ocasión de la Encarnación fue con diferentes
condiciones, como en imitación y correspondencia de la
gloria que recibió el alma santísima de su Hijo, aunque
106
no de asiento sino de paso, en cuanto se compadecía con
el estado común de viadora.
162. Conforme a esto, el día que María Santísima tomó
la posesión real de Madre del Verbo Eterno,
concibiéndole en sus entrañas, en el desposorio que
celebró Dios con nuestra naturaleza, nos dio derecho a
nuestra redención, y en la consumación de este matrimonio
espiritual, beatificando a su Madre Santísima y
dándole los dotes de la gloria, se nos prometió lo mismo
por premio de nuestros merecimientos, en virtud de los
de su Hijo Santísimo nuestro Reparador. Pero de tal
manera levantó el Señor a su Madre sobre toda la gloria
de los santos en el beneficio que este día le hizo, que
todos los Ángeles y hombres no pudieron llegar en lo
supremo de su visión y amor beatífico al que tuvo esta
divina Señora; y lo mismo fue en los dotes que redundan
de la gloria del alma al cuerpo, porque todo
correspondía a la inocencia, santidad y méritos que
tenía, y éstos correspondían a la suprema dignidad entre
las criaturas de ser Madre de su Criador.
163. Y llegando a los dotes en particular, el premio del
alma es la clara visión beatífica, que corresponde al
conocimiento oscuro de la fe de los viadores. Esta visión
se le concedió a María Santísima las veces y en los
grados que dejo declarado (Cf. supra ib.) y diré adelante
(Cf. infla n. 473, 956, 1471, 1523; p. III n. 62, 494, 603, 616,
654, 685). Fuera de esta visión intuitiva tuvo otras muchas
abstractivas de la Divinidad, como arriba se ha dicho (Cf.
supra n. 6-101). Y aunque todas eran de paso, pero de
ellas le quedaban en su entendimiento tan claras aunque
diferentes especies, que con ellas gozaba de una noticia
y luz de la Divinidad tan alta, que no hallo términos para
explicarla; porque en esto fue singular esta Señora entre
las criaturas, v en este modo permanecía en ella el efecto
de este dote compatible con ser viadora. Y cuando tal vez
107
se le escondía el Señor, suspendiendo el uso de estas
especies para otros altos fines, usaba de sola la fe infusa,
que en ella era sobreexcelente y eficacísima. De manera
que, por un modo o por otro, jamás perdió de vista aquel
objeto Divino y sumo bien, ni apartó de él los ojos del
alma por un solo instante; pero en los nueve meses que
tuvo en su vientre al Verbo humanado, gozó mucho más
de la vista y regalos de la divinidad.
164. El segundo dote es comprensión o tención o
aprensión, que es tener conseguido el fin que
corresponde a la esperanza y le buscamos por ella para
llegar a poseerle inamisiblemente. Esta posesión y
comprensión tuvo María Santísima en los modos que
corresponden a las visiones dichas, porque como veía a
la Divinidad así la poseía. Y cuando quedaba en la fe sola
y pura, era en ella la esperanza más firme y segura que
lo fue ni será en pura criatura, como también era mayor
su fe. Y a más de esto, como la firmeza de la posesión se
funda mucho de parte de la criatura en la santidad segura
y en no poder pecar, por esta parte venía a ser tan
privilegiada nuestra divina Señora, que su firmeza y
seguridad en poseer a Dios competía en algún modo,
siendo ella viadora, con la firmeza y seguridad de los
bienaventurados; porque por parte de la inculpable e
impecable santidad tenía seguro el no poder perder
jamás a Dios, aunque la causa de esta seguridad en ella,
viadora, no era la misma que en ellos gloriosos. En los
meses de su preñado tuvo esta posesión de Dios por
varios modos de gracias especiales y milagrosas, con que
el Altísimo se le manifestaba y unía con su alma purísima.
>>sigue parte 7>>
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